En los últimos tres años, el sector primario europeo ha estado sometido a continuas crisis (Covid-19, guerra de Ucrania…), a lo que se ha añadido en enero de 2023 el cambio a la nueva PAC que está suponiendo una revolución por las exigencias administrativas y ambientales que conlleva. A esto se une la crisis climática, que subyace desde hace décadas, pero de la que estamos viendo los efectos más evidentes en los últimos años: sequía, temperaturas extremas, incendios y precipitaciones torrenciales, son algunas de las señales que indican que el cambio climático ya está aquí.

Tal y como destaca en su último informe el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el mayor riesgo para la seguridad alimentaria a nivel mundial es el cambio climático. La indisoluble relación entre la actividad agraria y los recursos naturales y ecosistemas en los que se basa esta actividad la hace especialmente vulnerable, pero por esta misma razón también la hace una herramienta clave en las estrategias de adaptación y mitigación.

El sector agroalimentario navarro no es ajeno a esta realidad y va a requerir en los próximos años de un ingente esfuerzo por parte de los agentes que trabajamos en él, tanto para conseguir su adaptación al cambio climático como para maximizar su potencial de mitigación. Dadas las fortalezas de este sector en Navarra, la necesaria transición a un sistema alimentario sostenible y resiliente puede considerarse como una gran oportunidad de transformación económica y social, que podría aprovecharse desde estos cuatro ejes verticales y un quinto eje transversal. A saber:

  1. La conservación y uso de la biodiversidad cultivada o agrobiodiversidad para aumentar la resiliencia de las explotaciones agrícolas frente a episodios climáticos extremos. Esto implica recuperar y conservar variedades autóctonas con el fin de aumentar la diversidad genética, adoptar cultivos y variedades plásticas y rústicas que proporcionen una mayor resiliencia dentro de la campaña (y también entre campañas agrícolas) o incrementar el uso de las leguminosas y oleaginosas para disminuir la dependencia de terceros países. Igualmente, se debería fomentar la diversidad de cultivos y variedades en el espacio (mezclas) y en el tiempo (rotaciones).
  2. La reducción en el uso de inputs externos para aumentar la resiliencia de las explotaciones agrarias frente al incrementos de precios. Se hace imprescindible el fomento de técnicas y manejos que permitan reforzar el papel del suelo para mejorar su fertilidad y capacidad de retención de carbono y agua (lo que se conoce como ‘agricultura regenerativa’), y también la sustitución de fitosanitarios químicos por prácticas basadas en la gestión integrada de plagas, enfermedades y hierbas adventicias para favorecer la biodiversidad. A esto hay que sumar la implantación del concepto ‘Una sola salud – One health’ de conexión salud animal-humana-ambiental, la integración de energías renovables en las explotaciones agrarias o el impulso necesario para la digitalización del ciclo integral del agua de riego.
  3. El aprovechamiento de recursos endógenos para la alimentación del ganado. Esto requiere utilizar herramientas digitales (vallados virtuales) para fomentar el pastoreo rotacional, mejorando así la eficiencia en el uso de los recursos de las explotaciones ganaderas o el desarrollo del silvopastoreo para utilizar los recursos forestales, contribuyendo además a la protección contra incendios de infraestructuras críticas y población rural y peri-urbana.
  4. Relocalizar la cadena de valor alimentaria para aumentar la resiliencia del sistema a nivel regional. Deberían promoverse cambios en los hábitos alimentarios de la población navarra para incrementar el consumo de producto local, fresco y de temporada, con el fin de relocalizar la producción, transformación y consumo, disminuyendo así la huella de carbono y reduciendo el desperdicio alimentario. El modelo francés de ‘Proyectos alimentarios territoriales’ podría servir como espejo, urgiendo también a la distribución a responder a la creciente demanda de alimentos más saludables y sostenibles por parte de la sociedad.
  5. Y finalmente, impulsar la I+D+i, la digitalización, la transferencia de conocimiento y el asesoramiento imparcial, como transversales e instrumentales a todos los ejes verticales. Algo que supondría fortalecer la experimentación aplicada de las técnicas, productos y manejos alternativos a la vez que se fomenta la innovación no tecnológica para favorecer estrategias que permitan la incorporación de nuevas personas al sector primario y así vertebrar el territorio. En este sentido, se debe apostar por dar un impulso a la digitalización como herramienta y no como fin en sí misma y seguir apoyando la transferencia y asesoramiento públicos e imparciales como herramientas claves en esta transición. El proyecto LIFE-NAdapta, coordinado por el Departamento de Desarrollo Rural y Medio Ambiente de Gobierno de Navarra, es un claro ejemplo de cómo apalancar la innovación, la transferencia de conocimiento y la colaboración entre diferentes agentes para la adaptación de nuestra región al cambio climático.

Abordar estos cinco ejes requiere de un enfoque ‘de sistema’ que reconozca la interconexión entre todos los elementos (población, recursos, procesos, instituciones, etc…) y actividades (experimentación, transferencia, producción, transformación, distribución, consumo, etc…) de tal forma que la transformación del sistema alimentario sea económica y socialmente justa. La colaboración entre todos los agentes del sistema alimentario navarro es por tanto fundamental para abordar esta necesaria transición y es la mejor vía para que las crisis que vengan en un futuro no comprometan nuestra seguridad alimentaria. l