El miedo, la angustia, las obsesiones o la ansiedad son laberintos en los que es fácil sentirnos perdidos. “Se puede entender estos estados mentales y, sobre todo, aprender a encontrar una salida”, reconoce la psiquiatra Anabel González. “Si de niños nos hemos sentido cuidados y con autonomía, funcionaremos con un estilo de apego seguro, que nos ayudará a afrontar las dificultades de la vida”, apunta.

Quién es

Anabel González es psiquiatra, psicoterapeuta y doctora en Medicina. Trabaja en el Complexo Hospitalario Universitario A Coruña (CHUAC). Es presidenta de la Asociación EMDR España (www.asociacionemdr.es). Desde hace años imparte formación a otros especialistas, es entrenadora acreditada de terapia EMDR y da cursos sobre esta metodología terapéutica desde www.institutoimaya.com. Es también tutora de doctorado en la Universidade da Coruña (UDC) y profesora invitada en el máster de Psicoterapia con EMDR de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Es autora de Lo bueno de tener un mal día (Planeta, 2020), Las cicatrices no duelen (Planeta, 2021) —ambos traducidos a varias lenguas—. También ha dirigido varios proyectos de investigación sobre estos temas. 

Instagram: @anabelgonzalez_emociones5.0 

Twitter: @DAnabelGonzalez


¿Qué es el miedo y cómo se sale de él? 

El miedo es una emoción que tenemos que tener y que tiene una función básica de supervivencia; ninguna de las emociones es más importante que la otra, pero de ésta podemos decir que es muy primaria; es crucial para seguir vivos. ¿Y por dónde se sale? Pues depende un poco de por dónde estemos, pero cada uno tiene que darse cuenta de si está teniendo problemas con el miedo, si se le está complicando y metiéndosele en el cuerpo y llevándole a situaciones límite. A partir ahí, es cuando se debe buscar una salida que es más una exploración del camino, de ese laberinto en el que estamos. 

¿Cuál es su origen?

En mayor o menor medida, todos los miedos van siendo moldeados desde muy temprano por lo que sucede a nuestro alrededor. No se puede negar que el origen de muchos de ellos es innato; están grabados en nuestros genes, porque resultan importantes para la supervivencia de nuestra especie.

¿Los más comunes?

El miedo a los ruidos fuertes, a la oscuridad, a las alturas y caídas, a los extraños, a la pérdida de los vínculos –ese temor a la separación en nuestros primeros años de vida– y a determinados animales. Aunque algunas personas corren hacia donde está el peligro, nadie es inmune al miedo.

"Para perder el miedo hemos de convivir con él; abrazarlo para que no nos aprisione”

¿El miedo, la ansiedad y el pánico van de la mano?

Son como parientes. Cuando pasa algo, el cerebro se pone en alerta para detectar cualquier problema y reaccionar. El miedo es una respuesta repentina, intensa, pero pasajera. La ansiedad, en cambio, es una activación que se prolonga en el tiempo y suele acompañarse de aprensión y preocupación. El miedo se activa ante un peligro que está ante nosotros, mientras que la ansiedad se proyecta al futuro. Si vemos a un depredador, sentiremos miedo y, si conseguimos librarnos de él, quizás sintamos ansiedad y pensemos: “¿Y si vienen más”? Esto ocurre de forma automática, es nuestro propio organismo el que se encarga de hacerlo por nosotros.

¿Por qué algunas personas no consiguen volver a estar bien después de pasar por una situación difícil y desarrollan ansiedad y fobias?

Las razones son complejas, pero uno de los factores que hacen que ciertas personas sigan percibiendo peligros desproporcionados o inexistentes es que nunca comprueban si esas cosas que les asustan son o no peligrosas, porque se centran con todas sus fuerzas en evitarlas.

¿La pandemia nos ha hecho más miedosos?

Hemos estado mucho tiempo asustados y resulta difícil volver a lo cotidiano. El covid ha dejado de ser algo nuevo e imprevisible; es otra de las cosas que ocurren en la vida. Nos hemos acostumbrado a las gripes, que también tienen alta letalidad, hay gente que muere de las complicaciones, pero no nos asusta. Con el covid estamos empezando a pasar a esa fase.

¿Cuándo hay que pedir ayuda al especialista?

Cuando estás tan mareado dentro del laberinto que ya no puedes ni andar. No hay que esperar a rompernos por completo. Cuando el nivel de sufrimiento afecta a nuestra calidad de vida y cuando con nuestros propios recursos o los de las personas que están cerca no encontramos la salida, es el momento de pedir ayuda al experto. Son momentos en los que nuestra capacidad de pensar se ha evaporado y el miedo (nuestro instinto de supervivencia) toma las riendas. En esta situación funcionamos en automático, en modo defensa, pero cada vez más desorientados. De hecho, quizás tengamos la salida delante de nosotros, pero el miedo desbordado no nos deja verla ni avanzar hacia ella. Muchas personas buscan una solución a la desesperada que se convierte en una trampa. Empiezan a beber y a tomar sustancias que les alivian de forma momentánea, pero esas soluciones al final son problemas.

Anabel González acaba de publicar '¿Por dónde se sale?', una guía para afrontar los miedos. JAVIER OCANA

¿Las personas que consiguen lidiar con la incertidumbre tienen más recursos ante la vida?

A todos nos interesa desarrollar esta capacidad. La alternativa (mucho menos eficiente) es el control; intentar obligar a la realidad a seguir el guion que nosotros hemos escrito. Como podemos imaginar, si optamos por esto último, la cosa pinta mal. Tarde o temprano, chocaremos con la realidad que es un poco terca y no le da mucho valor a nuestros esquemas. Y, lo peor de todo, el control no neutraliza realmente el miedo, más bien lo alienta.

¿La clave para salir del miedo está en la reflexión y la confianza?

A veces pensamos mucho y no pensamos bien; reflexionar no es solo pensar. Pensamos en círculos sin darnos cuenta de que continuamente estamos dando vueltas a lo mismo; es como si estuviéramos viviendo en una lavadora centrifugadora todo el tiempo. Eso resulta frustrante.

¿Hay que aprender a convivir con el miedo?

Una de las dificultades de la evolución hacia la seguridad es que el camino que debemos recorrer implica convivir con el miedo; el miedo a la cercanía que sienten los apegos distanciantes y las inseguridades de volverse autónomos que experimentan los preocupados. 

Pasado el miedo, ¿qué hay que hacer?

Tomar conciencia desde la emoción, sentirlo en el cuerpo, de la cabeza a los pies. Porque tal vez mientras todo pasaba estábamos aturdidos y nuestra capacidad de pensar, ausente, con demasiado miedo dentro. El momento importante es el que marca que el peligro había terminado. Para perder el miedo hemos de convivir con él. Para que no nos aprisione hemos de abrazarlo. Para que no nos paralice hemos de movernos hacia él.

Recomienda volvernos exploradores. ¿A qué se refiere?

A que cuando hayamos cargado un poco las pilas ante los problemas de inseguridad que nos ha generado el miedo, la ansiedad y el estrés, tenemos que aventurarnos en el mundo, en las relaciones, en lo nuevo. Tenemos que volver a cultivar la curiosidad e ir haciendo que esta sustituya al miedo como motivo central de nuestros actos. La sabiduría de la vida está hecha a base de muchas meteduras de pata sobre las que hemos podido reflexionar, aprender y adquirir algunas claves. Sin curiosidad, sin exploración nunca nos movemos del sitio donde estamos.

¿El mensaje es que se puede salir de las situaciones complicadas?

El título del libro ¿Por dónde se sale? Lleva implícito que se puede; hay herramientas para deshacer el miedo, aliviar el malestar psicológico y adquirir un apego seguro. Lo que sucede es que a veces las personas tampoco salen de las situaciones porque ya se han rendido mucho antes de haberlo intentado, o después de haberlo hecho varias veces se han dado por vencidas porque han dado por sentado de que para ellas no hay solución. En la consulta he trabajado con muchas personas que han partido de situaciones muy complicadas y han encontrado su ruta; cada cual debe de hallar la suya. El mensaje es que no hay que resignarse, porque siempre se puede avanzar un poco en el camino hacia la seguridad. Tampoco tenemos que aspirar a ser perfectos. El equilibrio emocional perfecto es complicado para todo el mundo, pero sí podemos avanzar un poco en esa dirección.