Curia. Cortejo cívico-religioso posterior a la procesión y misa de San Fermín. La estrecha calle se estrecha por la presencia de algún centenar de personas. La mañana del 7 de julio tiene sus “momenticos”. Este es uno de ellos. El más desabrido, aunque se convoque junto a “El Temple”. La semilla se plantó hace muchos años en Mercaderes, a las puertas del Iruñazarra. La Comparsa, los dantzaris de Duguna y La Pamplonesa, jaleados; el clero y los ediles de la derecha, abroncados. De forma atronadora. La escolta policial es nutrida, pero la presión desarticula el operativo teórico. La orden era de “aguantar”. Lo profesional hubiera sido cumplir la orden en un territorio muy hostil. La contención es un esfuerzo inteligente. Meritorio. Algún cursillista foráneo de las Jornadas de Seguridad Pública en Eventos de Gran Concentración de Público mereció en esa práctica un “necesita mejorar”, salvo que el puño se considere arma reglamentaria de defensa y ataque disuasorio. Ya se probó antaño la intervención de unidades antidisturbios de la Policía Nacional –este año tampoco estaban lejos–, pero la Comparsa de Gigantes y Cabezudos, avanzadilla del cortejo, se negó a seguir. Cosas así arruinaron el riau-riau -parodiado actualmente en una pantomima sin esencia- y amenazaron la mismísima procesión, salvada del inminente riesgo de boicot en una hábil negociación de última hora. Las fricciones políticas encuentran sitio visible en Sanfermines. El encono se exhibe sin disimulo. El Alcalde Maya denunció “provocación” anterior desde Bildu y “calentamiento” posterior desde medios de comunicación no identificados en sus declaraciones. Omite Maya que también desde el poder institucional se provoca. Y mucho. Y le molestan imágenes de vídeo reveladoras de la interesada parcialidad de su visión de los incidentes. Demasiadas cámaras para montar falacias. Las protestas se expresan mejor con ingenio sanferminero. No a hostias. Ni de acción ni de reacción.