Las temperaturas de este verano están siendo inusual y exageradamente altas. Ha sido el más caluroso de la historia en la mayoría de las comunidades y con temperaturas extremas y termómetros más de diez grados por encima de lo normal en esta época en muchas zonas. El calor ha sido un tema recurrente en tertulias, trabajos, playas y piscinas. Ha trastocado nuestra forma de vida, alterado nuestra convivencia y ha pasado una alta factura a nuestra salud. Ha agravado dolencias enquistadas y, sobre todo, ha causado miles de muertes. La Sociedad Española de Epidemiología cifra en 5.000 los fallecimientos causados por las tres olas de calor de este verano. Unos datos que ya deberían de preocupar a las administraciones públicas (además del ahorro energético en periodos estivales) y que van agravando cada año a causa del calentamiento global. Un cambio climático que ya sabíamos que estaba pasando una factura irreparable a los ecosistemas terrestres y marinos, pero que también porque erosiona lenta e irremediablemente la salud de millones de personas y causa ya más muertes que algunas de las enfermedades más temidas. El calor, que siempre sido una banalidad y tema de conversación, ya se ha convertido en una preocupación.