Reconozcámoslo. Y más hoy, último día que nos queda de horario de verano, porque mañana ya entramos en el de invierno y comenzará a oscurecer para las 6 y enseguida para las 5 y media: este tiempo nos encanta. Ya, ya, es una locura, una anomalía, a ver qué catástrofes nos trae todo esto o cómo sigue, tiene que llover y nevar y mucho pero, la gran mayoría –siempre hay personas que por su trabajo, gustos, conciencia, etc, pues prefieren o piden a gritos frío y lluvia, algo lógico también este año–, insisto, la gran mayoría estamos felices de tener esta tarde a las 7 y media y oscuro 24 grados y andar por la calle en camisa como si estuviésemos en Valencia o en Málaga. Nos faltan la Malvarrosa o la Malagueta, vale, pero la sensación de andar un 29 de octubre con estas temperaturas, algo que sí que tienen por ahí abajo y en Canarias pues, sin ningún género de dudas, es una sensación agradable. Que por supuesto sabemos que para esta tierra es anormal y que, ya digo, necesitamos agua a paladas, pero anda y que no se está mejor a 22 grados con un poco de brisa que a 6 y con agua y viento racheado. Pues se está mejor, claro que se está mejor. Cosa distinta es que necesitemos que las estaciones y los meses vuelvan a ritmos normales –tenemos de media en Pamplona 18 grados y medio cuando en octubre suele hacer 13 y medio, es una barbaridad de diferencia– y que la lluvia –que esperemos que caiga como tiene que caer en los meses venideros– haga sus milagros en suelos y ríos y embalses, porque de lo contrario el polvorín en el que se puede convertir de nuevo Navarra en 2023 será fino. Estamos en una tierra acostumbrada a que el mes más seco llueva la mitad que el más húmedo, al menos hasta ahora. Cuando la sequía va para seis meses largos –y eso que septiembre y octubre algo más dignos han sido– el problema ya es acuciante. Pero, ¿vendrá una nube de esas de seis meses?