Narciso Michavila, presidente de GAD3, una de las encuestadoras más prestigiosas de España, predecía hace escasos días que el PSOE va a perder las próximas elecciones generales. Pedro Sánchez no tiene nada que hacer, concluía Michavila, porque los socialistas están engañados por los datos erróneos del CIS y eso les lleva a cometer errores estratégicos. Las elecciones de mayo serán un paso en esa dirección.

Puede que tenga razón y que el trasvase de votos del PSOE hacia el PP que barrunta GAD3 sea una realidad. Pero también hay argumentos que invitan a ponerlo en cuarentena. Queda mucho para unas elecciones generales que, salvo adelanto imprevisto, serán a finales de año. Así que resulta cuando menos prematuro descartar a Pedro Sánchez como ganador. Entendiendo el concepto de ganar como gobernar, y no tanto ser o no la primera fuerza electoral como históricamente ha querido hacer ver la derecha. Es más, si algo parece probable hoy es que Sánchez repita cuatro años más en La Moncloa.

La propuesta que esta semana hacía Alberto Núñez Feijóo para que gobierne la lista más votada es la prueba de que a la derecha no le acaban de salir las cuentas. Una trampa dialéctica que obvia que el sistema electoral español es proporcional, no mayoritario. Y que pone en evidencia su principal debilidad electoral.

Salvo algunas excepciones, el PP no va a lograr mayorías absolutas en mayo. Necesitará el apoyo de Vox para gobernar en ayuntamientos y comunidades autónomas, y eso plantea un dilema difícil para el PP, que no podrá captar votos del PSOE si eso implica abrir el Gobierno a la extrema derecha. Pero que difícilmente llegará a La Moncloa si los socialistas ven reforzado su poder local por la división de la derecha.

En realidad, la situación política de la derecha es más precaria de lo que sus dirigentes intentan hacer ver. Y por contraposición, la del PSOE y sus aliados mucho más sólida de lo que aparentan sus habituales discusiones públicas.

Una Mayoría consolidada

Más allá de lo que apuntan algunas encuestas, el contexto político juega a favor de los socialistas. Cuentan con una mayoría parlamentaria amplia y las perspectivas socio-económicas, si bien no son del todo optimistas, alejan de forma casi definitiva el fantasma de la recesión. Y sin debacle económica las opciones del PP se reducen de forma considerable. Sánchez, al menos por ahora, va ganando la partida.

No está claro si ha sido por una cuestión oportunista, planificada o simplemente improvisada sobre la marcha. Pero en algo más de cuatro años Sánchez ha consolidado una coalición política que no ha logrado ningún otro presidente del Gobierno. Los últimos presupuestos fueron aprobados por 187 diputados de diez partidos diferentes, a los que habría que sumar los del BNG y Junts, que nunca facilitarían la investidura al PP.

Pero no siempre fue así. Sánchez se ha ido haciendo sobre la marcha, empujado por las circunstancias. Adaptando su propuesta política al contexto del momento y sumando mayorías como ha podido para navegar en medio de una pandemia y una guerra en Ucrania a la que todavía no se le augura final.

Sin embargo, ha sido en la izquierda parlamentaria donde ha encontrado una estabilidad no solo aritmética, también ideológica. Sánchez no ha tenido problema en adaptar su agenda a los postulados de sus socios cuando ha sido necesario, asumiendo propuestas de las que el PSOE hace no mucho hubiera renegado. De la subida del SMI a la revalorización de las pensiones. Pasando por los ERTE, los impuestos a la banca, las energéticas y las rentas altas; el final de la dispersión de presos de ETA o el indulto a los líderes del procés.

No ha sido ninguna revolución y desde un punto de vista progresista en muchas cuestiones se ha quedado corto. Pero son medidas que han dotado al Gobierno de un discurso social que el propio Sánchez ha podido exhibir ante la oligarquía mundial en la última cumbre de Davos, donde apeló a la redistribución de la riqueza como respuesta a la desigualdad creciente en el planeta.

Argumentos que, pese al ruido constante de la derecha política y mediática, sirven para justificar la continuidad de su Gobierno. Para los partidos que lo forman pero también para quienes lo han venido apoyando durante todo este tiempo. Ninguno puede permitirse el lujo de dejarlo caer porque sus votantes no lo entenderían.

Ese es precisamente el gran éxito de Sánchez. Consolidar una coalición política que reduce la alternativa a una mayoría absoluta de PP y Vox. Algo que la derecha sólo ha conseguido en dos de las 14 elecciones generales celebradas desde 1979 (2000 y 2011). Y en ambos casos como consecuencia de una desmovilización de la izquierda más relacionada con cuestiones sociales y económicas que con la política de alianzas. Si Zapatero perdió el poder no fue por su negociación con ETA, sino por su gestión de la crisis financiera.

Cuatro años después de llegar al poder, Sánchez y en cierto modo también el PSOE parecen haber entendido dónde está su mayoría y qué deben hacer para sostenerla. Si la coyuntura económica no se tuerce y la tentación de la centralidad no regresa a los cuarteles generales de La Moncloa, el presidente tiene la reelección al alcance de la mano. Y Feijóo lo sabe.