Yasumasa Morimura. Cuándovienes Quetespero. Quetumadre Nolosabe. Cómocrees Quevaaser. Yasumasa Morimura. Suena musical. Simétrico. Japonés. Artista. Lo es, todo. ¿Qué hace este hombre? Interviene obras clásicas muy reconocibles y sustituye el rostro de sus protagonistas por el suyo. Él es Vincent Van Gogh en su autorretrato pelirrojo sobre espirales locas. Es David y es Goliath en la obra de Caravaggio. Es Olimpia y el caballero que la mira en la obra de Manet. Es Leonardo Da Vinci con sus cejas salientes como tejados nevados. Es Marilyn sobre las masas en la universidad de Tokyo. Es el hombre con turbante rojo de Jan van Eyck. Es Alberto Durero entre sus dos cascadas de rizos de oro. Es Frida Kahlo, Mao, la joven de la perla. Iconos pop. Referentes de las escuelas de pintura clásica. Me parece una usurpación de identidad interesante. También por cómo lo hace. Morimura podría copiar una obra recreando con óleo el original y sustituyendo el rostro de su protagonista por el suyo. Pero no. Se fotografía sobre un decorado que él crea replicando el de la obra. Se hace un selfie. Esta intervención da para pensar un rato.

¿Quién se hace hoy un selfi real? Cuatro locos de la escalada, dos abuelas rosadas y tres republicanos estadounidenses que buscan novia a los 70 en Facebook. El resto nos arrodillamos ante el filtro belleza que viene ya predeterminado. Las y los instagramers le suman otros 15 filtros que la Humanidad Media no maneja. Así que la distancia aumenta. Cada vez hay más kilómetros entre la imagen que mostramos y el ser humano que ahora mismo masca chicle mientras escribe esto con la melena recogida en una coleta, o tú cuando salías del portal esta mañana para comprar pan, croissants, que es sábado, y este periódico. Podría ser yo la joven de la perla. Y tú, Frida. Jarrón de girasoles. Tamara de Lempicka al volante de su Bugatti verde. George Dyer ante un espejo. Dora Maar. Nenúfares en un estanque. Dios.