La verdad es que me lo temía, pero tampoco quieres ir por ahí diciéndolo, porque la gente es muy suya y no tiene ganas de hablar, salvo si lo que les dices es lo que piensan ellos, porque si les dices lo contrario enseguida se ponen a discutir. Coño, debería ser al revés, ¿no? Bueno, que me desvío. La reciente Premio Nobel de Física, Anne L’Huillier, ha declarado lo siguiente: las personas estamos compuestas básicamente de espacio vacío. Lo que les comentaba: de esto me di cuenta desde pequeño. Vas notando que la gente, así en general, somos tirando a poca cosa, cuando no pavisosos perdidos. También los callados. Los callados tienen muy buena prensa con respecto a los habladores, a los que siempre se les tacha de alcahuetes y deshonestos, cuando igual lo que les pasa es que son nerviosos. Los callados, en cambio, prácticamente pasan por sabios, como si todo lo que oyeran ya lo supieran desde hace centenios y no dicen nada por no rebajarse a la banalidad de la conversación o de los contertulios. A mí los callaos, en cambio, siempre me dan mala espina. Algo esconden, quizá incluso no dicen nada para, como dice el chiste, no cagarla. ¿Vacíos? Casi todos. Vamos, Bob Dylan, Faemino y tres o cuatro más y el resto lo que dice la Nobel. A no ser que se refiera al vacío emocional, que eso ya es otra cosa. Esto es, que seamos como entes un alma vacía que vamos rellenando con cosas y experiencias y personas para no hundirnos en el pozo de la depresión. A mí me pasó por ejemplo ayer, que se acabó lo bueno de la temporada de ciclismo con el Giro de Lombardía. Me entra un vacío supino, una especie de tristeza anciana, ese saber que queda prácticamente todo octubre y noviembre y diciembre enteros y que en enero aunque haya pruebas son casi testimoniales. Esa tristeza inabarcable, ese vacío, que no te llena ningún otro deporte. Ya es que le dan el Nobel a cualquiera.