Hoy hace 48 años que murió el carnicero del Ferrol. Pero hay gente que aún lo da por vivo, por imperecedero. Quizá, porque cuando murió, dicen, no le cerraron bien los ojos, y por eso sigue permaneciendo en un estado de semivigilia, nunca muerto del todo, como en estado cataléptico. A esta teoría espiritista defendida por Allan Kardec, se aferran muchos para asegurar su presencia real estos días en las calles de Madrid. Gente que piensa que desde 1975, España, o como usted quiera llamarla, necesita una nueva redención en plan 1936. Aseguran estos, que el carnicero andaba transustanciado en los cuerpos de fascistas imberbes, escuadristas azulfalange, viejos franquistas que carasoleaban brazo en alto y personajes berlanguianos que gritaban “Felpudo masón defiende tu nación” y otros sonetos acabados en moro, hijo puta, maricón.

Hubo gente –tal vez afectada por el síndrome de Capgras– que aseguró haber visto al carnicero el pasado viernes en la sede de la Asociación de Militares Españoles, los mismos que en 2018 justificaron el golpe de 1936 y querían fusilar a 26 millones de españoles. Y que allí se había elaborado un escrito firmado por 50 militares retirados que pedían directamente una insurrección cuartelaría para derrocar al “perro Sánchez”. Porque España se rompe, decían, mientras en la radio anunciaban ganancias multimillonarias de los bancos españoles.

Cuando me contaron esto, entendí todo aquel Halloween golpista de la semana pasada. Y da que pensar, que un monarca sin pasar la ITV democrática, que en octubre de 2017 se posicionó frente a la Generalitat en estos términos: “Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado”; hoy no ponga firmes a esos sanjurjistas y calle como un muerto. Como ese que tras 48 años sigue muy vivo.

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Protestas contra Pedro Sánchez en los alrededores del Congreso EFE / EP