Orientando la mirada hacia los claros de azules que cubría el cielo en Aranzaduia, unas chovas piquirrojas perfilan su dirección hacia el raso de Arratondo. Un grito repetitivo y potente del pito negro nos hace girarnos hacia Aitzaluza. En el primer plano visual varios diminutos carboneros salpican con fugaces movimientos, las ramas bajas de tres hayas y nos entretienen por momentos con su vivaz pentagrama de sonidos.

El sol se nos muestra deslustrado entre la neblina, sin embargo el sendero que nos conduce hacia el dolmen de Artekosaro nos invita a captar amables fotografías y contraluces. Son siluetas y formas húmedas de líquenes que se descuelgan de los arces (“astigarros” como lo llaman los pastores) de Urbasa. Perseverantes en multiplicar una y otra imagen con la cámara de fotos, no nos dimos cuenta que caminábamos en un espacio de total mutismo. La disparidad de sonidos que estábamos disfrutando en nuestro relajante paseo, nos paralizó. Se hizo el silencio. Una calma que nos recordaba cuando en el colorido otoño, a finales de octubre, descendimos al fondo de la gran dolina de Lubierri. También en ese hundido espacio se percibía una extraña quietud.

Un año, por estas fechas, nos separa en el tiempo en el que tres amigos pastores de Urbasa dejaban de tener miedo a la vida: Bibiano Senar de Lizarraga, Nicolás Remiro de Eulate y Patxi Erdocia de Baquedano afincado en Artaza, nos dejaban en silencio la planicie de la sierra hollada por miles de sus pasos tras sus rebaños surcando los rasos de Atantzaduia, Obast o Bardoitza. Lo más compenetrado a sus siluetas de pastores lo podemos asociar al ligero movimiento que realizaban, “palo” en mano, para dibujar en el viento la dirección que mostraban al perro para reconducir el abanico de ovejas latxas hacia el asestadero junto a la txabola. Una figura plástica que se dibuja por sí misma a la luz o a la sombra.

Tejieron muchos años de trabajo. El espacio de Urbasa modeló sus vidas y les documentó con piezas y elementos naturales para edificar un modelo de arquitectura pastoril simple y aseada: la txabola. Al calor del fogón, compartimos preciosos momentos disfrutando de historias y relatos que para nosotros significaban novedosos aprendizajes. Miradas que por momentos se desentumecían para expandirse por el entorno próximo a la txabola “ya están floridos los espinos, a nada que llueva… a por perretxicos”, afirmaban; o cuando matizaban como expertos artesanos que para realizar una buena vara, un bastón o una “churra” había que sangrar en primavera con la navaja el espino seleccionado, darle algunos cortes a lo largo de la corteza para que en invierno, en el momento de cortarlo, presentara unas rugosidades que lo hacían más valioso, único y atractivo. El valor Vida lo respiraban muy profundo.

Personas caminan por un sendero de la sierra de Urbasa Nerea Mazkiaran

En el Área de Interpretación de Urbasa, la pequeña txabola de Severino representa en un espacio limitado lo que es una txabola de pastor en Urbasa. En ella explica el pastor Patxi Erdocia con su voz grabada, la función y formas de vida que desarrollaban los pastores a mediados del S.XX: con la zona del fogón, adecuada como leñera y también refugio del burro y cocina, el camastro para dormir realizado con helechos y la zona de secado del queso orientada al norte. Valores permanentes ensamblados en sus vidas.

Nos resta daros las gracias por vuestra humilde y extensa sabiduría (siempre manifestaré que el precioso color de las “alortxicas” colgando de los espinos es una obra de arte pintada por los pastores) que permanecerá cincelada en letras de molde en las más esbeltas hayas de Iara o en las aplanadas piedras calizas entre los espacios de Artekosaro y La Cañada. Es vuestro legado desde el Neolítico: tierra, fuego, agua y aire que en lo más profundo han quedado apresadas en los dólmenes de Urbasa. Eterna cultura pastoril.

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Fundidas en el raso, por Arratondo, Obast o Aranzaduia, dejasteis dibujadas estelas de senderos para que podamos plagiar “Urbasa, pasos de pastor”.

Momentáneamente todo en calma. Las nieblas bajas se hacen luminosas en el “Raso” amesetado de la sierra y nuestra mirada insiste fija hacia el infinito. Se silenció Urbasa.