Hace un año y dos meses conocimos la existencia de la Mano de Irulegi. Ya entonces los lingüistas explicaron que con la escasez de datos que hay en torno al euskera era muy difícil precisar cuál era el idioma en el que está escrita la inscripción de esta pieza de bronce. Los expertos Gorrotxategi y Velaza sí que relacionaron la primera palabra Zoriokeku con lo que podría haber sido una lengua vascónica de la época, pero nada se puede asegurar científicamente porque los datos son muy escasos. Ahora la revista Fontes Linguae Vasconum acaba de publicar una serie de artículos con los estudios de varios especialistas, y la conclusión es la misma: es demasiado pronto para decir nada. No se puede decir que sea un euskera antiguo, pero tampoco se puede afirmar que no lo sea.

Y hasta ahí lo que dice la ciencia. Otra cosa es lo que algunos euskarófobos han querido entender y han empezado a jalear por las redes sociales, tachando de timo y engaño este hallazgo y comparándolo con lo de Iruña-Veleia. Se mofan diciendo que se nos ha caído el mito de tener una lengua especial y de ser una raza pura que no se ha mezclado con nadie y bla, bla, bla. A ver, el mérito del euskera no es haber sobrevivido por estar aislado entre cuatro montañas, el mérito reside precisamente en lo contrario: en haber sobrevivido en contacto estrecho y mezclándose con otros muchos pueblos sin llegar, por ello, a desaparecer. Lo de los ocho apellidos vascos y el cero negativo es algo que no le importa prácticamente a nadie y, por el contrario, estamos encantados con las familias de origen extranjero que matriculan a sus hijas e hijos en modelo D. En este mundo el gran reto del euskera es no morir disuelto en un océano cada vez homogéneo e inhumano.