A primeras horas del 11 de marzo de 2004, mientras la radio anunciaba cadáveres, el PP de Aznar se frotaba las manos. Allí, en aquellas vías retorcidas donde el dolor y la muerte nos cortaron la respiración, el PP quiso encontrar su tabla de salvación. Había que seguir comiendo caliente a costa de ETA. Y aquella mañana, excavando entre las ruinas del dolor, aún más.

Estaba desayunando, cuando oí lo que costaba oír y más creer. Entre tostada y tostada, ya indigesta, oía el grito desgarrador de aquella masacre que amenazaba con hundir el mundo, al menos nuestro mundo más cercano. De ser ciertas las primeras mentiras, aquello suponía un antes y un después en esta tierra. Me puse a escribir un artículo de urgencia para este periódico. Lo que se afirmaba, sin filtro y con alevosía, me atrapó con desesperación. Parte de lo que escribí decía: “No quiero vivir en un país que ha elevado la muerte de cientos de civiles a la categoría de una simple carta de negociación. Porque ese será el país del nunca jamás”. Creía que ETA estaba detrás. Pero a medida que avanzaba la mañana, todo parecía diluirse en algo más retorcido, diabólico y desconocido.

25

En imágenes: 20 años del 11-M EFE/Archivo

A media mañana, llamé a Victor Aierdi, cofundador de Elkarri. Dudaba de ETA, como muchos. Y aquella duda me hizo dudar. Luego Otegi destrozó la teoría conspiracionista del PP y sus mercenarios de la pluma quienes seguían manteniendo la autoría de ETA.

Avanzada la tarde, la mentira y la manipulación se venían abajo y todo giraba en contra de aquellos sicarios ideológicos poseídos por la podredumbre.

Aquella “etarización” interesada del atentado sigue siendo arte y parte de la política bastarda del PP; desde el 78 hasta hoy mismo. Ya ven, el otro día Ana Beltrán, senadora del PP, como si Acebes la hubiera congelado en el tiempo, aseguró que “ETA seguía viva”.

Por cierto, aquel artículo nunca se publicó.