Los Óscar del siglo XXI poco tienen que ver con los del siglo XX. Quizás lo único que no ha cambiado del todo es de qué hablan las películas cuando abordan sentimientos y emociones que perduran. Historias de antes que nos emocionan tanto o más que las de ahora, porque el buen cine envejece bien. En esta semana de los Óscar creo que toca hablar y reflexionar un poco sobre lo que hemos llamado “la presencia navarra” en esa gala.

Sin quitarle méritos al buen trabajo de Pablo Berger y a conseguir con su primera película de animación llegar hasta lo más alto para, como dijo, perder ante un maestro, (aunque ya ha ganado mucho con estar entre las cinco mejores del año), creo que ésta no es realmente una película navarra, al menos tal como yo lo entiendo, como si lo fue la que nos representó en los Óscar en 1998 de la mano de Montxo Armendáriz.

No se trata de compararlas. Entre aquellos Secretos del corazón y este Robot dreams, ambas grandes películas, han pasado más de 25 años y muchas cosas en el cine. Y quizás lo más evidente es que el apoyo hoy al cine como industria en la Comunidad foral es mucho más que el que había entonces, que fue casi nada, gracias al trabajo iniciado con el Gobierno del cambio en 2015 y que se ha ido consolidando en estos casi diez años.

Y gracias a los incentivos fiscales que supone rodar o trabajar en Navarra, que la han convertido en un plató atractivo, aunque ahora menos porque las condiciones son mejores en la CAV. Habrá que intentar competir, pero ese es otro tema. El de ahora es que creo que no está de mas matizar que igual cine navarro no es todo lo que pasa por aquí, aunque lo que pase sea muy bueno.