Dos días antes de que Osasuna jugara la final de Copa contra el Real Madrid, recibí una llamada del Juzgado que me alertaba de que había sido denunciado por un artículo de opinión publicado en estas páginas. En primer lugar pensé que se trataba de una broma. Dudé de su veracidad porque entendía que estas notificaciones deben hacerse por escrito, pero el secretario del Juzgado me explicó, muy amablemente, que se tomaba la molestia de localizarme con el fin de que dispusiera de más tiempo para preparar mi defensa, ya que el acto de conciliación estaba fijado solo tres semanas después.

Al día siguiente, justo antes de emprender el viaje por carretera hasta Sevilla para ver a los rojos, recogí la denuncia y supe que el demandante era el por entonces presidente de la Federación Española de Fútbol. “Rubiales nos roba el fútbol (y el dinero)”, se titulaba el artículo por el que me demandó, en el que le responsabilizaba del desatino que supone que la sede de la final de Copa se celebre en un estadio de atletismo, a 900 km de Pamplona y con la mayoría de las entradas muy por encima de los 100 euros. El texto en absoluto acusa a Rubiales de quedarse con dinero. La alusión al robo responde a la expresión que utilizamos cuando algo es exageradamente caro. Una expresión que entiende todo el mundo, menos el personaje en cuestión, que nos exige “una indemnización simbólica de 30.000 euros” por injurias y calumnias.

La denuncia, todavía en curso, nunca nos hizo pestañear porque los servicios jurídicos de este periódico entienden que no tiene ningún recorrido y que decaerá por sí sola. De ella no hemos vuelto a saber nada desde que los escándalos y chanchullos de Rubiales empezaron a florecer como setas hasta verse obligado a la dimisión y quedarse sin el presupuesto de la Federación que destinaba a pleitear con quienes le critican para tratar de amedrentarles.

Ahora conocemos que la Guardia Civil está analizando con lupa si Rubiales es el cabecilla de una trama corrupta que ha podido desviar fondos de la Federación. Y también están bajo sospecha los contratos que tramitó para hacer obras en La Cartuja, el puñetero estadio en el que nos obligó a presenciar la final de Copa.

El caso es que todo huele que apesta. El tiempo y los jueces dirán si nos quedamos cortos cuando dijimos que Rubiales nos roba el dinero.