Es difícil escribir o hablar desde nuestra cómoda normalidad o de nuestros problemas domésticos mientras suenan cada vez con más fuerza los tambores de guerra en Europa y Oriente Medio y mientras Israel sigue impasible con sus masacres indiscriminadas en Palestina incumpliendo el acuerdo del alto el fuego al que le obliga la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de la pasada semana. Ahora, ha asesinado a siete cooperantes que trabajaban en Gaza en la ONG World Central Kitchen (WCK), con sede en Washington y fundada por el español José Andrés. El mismo José Andrés que hace solo unos meses criticaba a quienes denunciaban el genocidio que está cometiendo el Ejército de Israel en Palestina. Los siete cooperantes son personas con nombres y apellidos con nacionalidades polaca, australiana, canadiense, estadounidense, palestina y del Reino Unido. Como tienen nombre y apellidos también las más de 32.000 personas asesinadas desde el comienzo de la ofensiva militar contra los terroristas de Hamas, la gran mayoría de ellos mujeres y niños.

La ONG llevaba seis meses en Gaza donde ha servido 42 millones de comidas para intentar paliar los efectos del hambre como arma de guerra al que están siendo condenados cientos de miles de palestinos. Israel ha pasado ya muchas líneas rojas y ha incumplido todas las leyes de la guerra y toda la normativa de la legalidad internacional y los derechos humanos. Ha destruido hospitales –la última masacre en el de Al-Shfa dejando cientos de cadáveres atrás es otro horror más–, arrasado viviendas y tierras y matado a miles de civiles inocentes. También acaba de bombardear el consulado y la embajada de Irán en Damasco en otra vulneración más del Derecho Internacional que puede extender la guerra en la zona.

Los tres vehículos blindados en los que viajaban los siete trabajadores de World Central Kitchen por una zona desmilitarizada estaban identificados y la ONG había informado de su trayectos al Ejército de Israel, fue lo que llaman técnicamente sin rubor un ataque de precisión con las víctimas inocentes elegidas y exterminadas. No tiene difícil Netanyahu identificar a los responsables que dieron la orden y a los que apretaron el botón. Trabajan en el traslado de alimentos desde el corredor marítimo abierto por EEUU y la UE inaugurado por el barco Open Arms con comida precisamente para esta ONG. Israel anuncia una investigación sobre los hechos que terminará, como siempre, en nada, porque tampoco es nuevo el ataque contra las agencias y organizaciones humanitarias de solidaridad y apoyo a los refugiados palestinos que trabajan sobre el terreno en Gaza.

Decenas contra empleados y edificios de la Unrwa de la ONU, de Médicos sin Fronteras y de la Cruz Roja Internacional. Nada ni nadie parece capaz de detener esta masacre indiscriminada con la excusa de perseguir a los terroristas de Hamas para arrasar Gaza y exterminar a miles de palestinos. Antes o después, Israel acabará siendo condenado por crímenes de guerra o por genocidio. Las propias imágenes que difunden sus soldados son pruebas irrefutables. O la credibilidad y utilidad de las instituciones del orden internacional quedarán condenadas a la inutilidad. Y el mundo seguirá un camino a peor, si es posible a estas alturas.