Iba a ser cosa de una hora, pero, al final, fueron cuatro o cinco. Recién aterrizado servidor en el Grupo Noticias, en octubre de 2010 quise que una de mis primeras entrevistas fuera con él. Me costó una llamada gestionarla. Begoña, su eterna secretaria, eficaz hasta donde uno no se puede imaginar, me puso el día, la hora y el lugar.

Y ahí me planté, en el corazón de Urdaibai, dispuesto a charlar de lo divino y lo humano con José Antonio Ardanza Garro, que solo seis meses antes había sufrido un infarto al que sobrevivió por algún tipo de milagro que ni los médicos eran capaces de explicar.

“Estuve más al otro lado que a este”, me aseguró el lehendakari ohia, antes de confesarme que desde ese instante cambió su relación con la muerte. “Ya no la temo”, me dijo, y ese fue mi consuelo cuando, después de haber sido puesto sobre aviso de su estado, me confirmaron a primera hora de la tarde de ayer que había dejado de estar entre nosotros.

Un estadista

Mi siguiente pensamiento fue para Gloria Urtiaga, su incansable compañera de brega vital y política. He conocido pocas personas tan magnéticas como ella. Le mando desde aquí todo mi cariño y mi gratitud eterna por el trato que siempre me ha dispensado.

Y a partir de ahí, me declaro incompetente para glosar la figura del estadista que, espero, será reconocido en su justa medida más allá de los ditirambos necrológicos al uso. Porque, desgraciadamente, con tanto que engolamos la voz al hablar de memoria, somos unos olvidadizos del carajo con lo que pasó apenas anteayer. Incluso muchos de mi quinta que vivieron en primera persona aquellos ochenta y noventa del pasado siglo teñidos del gris del plomo, el rojo de la sangre y la negrura de un futuro imposible de atisbar han borrado casi todo recuerdo de la época.

Por eso merece la pena subrayar que si fuimos capaces de salir de aquella pesadilla infernal fue, en muy buena medida, por personas como el lehendakari Ardanza. Aquel “hombre del aparato gris y sin carisma”, como llegaron a describirlo, que tomó las riendas del país tras una dolorosa escisión en su partido y en el peor contexto imaginable sacó a Euskadi del pozo antes de entregar la makila. Respeto. Goian Bego.