Cuando asomo en las urbes, incomodo a mucha gente y me increpan con ardor; se han distanciado de la naturaleza, no me conocen. Mi paso engendra vida y crea belleza: limpio el aire de contaminación y patógenos, la tierra resplandece, el campo despliega su paleta de bellos tonos y los colores afloran con crudeza en todo su esplendor dejando un embriagador, suave y delicioso olor a tierra mojada. Mi cortina húmeda cae besando la polvorienta tierra, penetrando cada poro y profundizando en sus oscuros surcos hasta cicatrizar las abiertas heridas de muerte que ocasiona la sed en la campiña. En todo el proceso me acompaña un relajante repiqueteo al caer sobre prados, hojas, tejados. Soy fecunda y, cuando soy devastadora es, en la mayoría de las ocasiones, a causa de la emergencia climática que ha desencadenado el ser humano.

Así que la próxima vez que me vea, sienta o huela, alégrese; porque, aunque no puedo llover a gusto de todos, sí que, con seguridad, a todos beneficiará mi presencia.