Decía mi maestro, don Pedro, y lo he mencionado en más de una ocasión, que los habitantes de esta nación somos, en general, caricaturistas en potencia. Tenemos muy desarrollado el sentido de la observación y, en consecuencia, el de la crítica. No pasamos somnolientos por la vida sino muy despiertos, viviendo intensamente cuanto ocurre a nuestro alrededor. Por eso contamos con grandes humoristas. Algunos como Ibáñez han sabido plasmarlo para gozo de niños y mayores.

Entre los ejemplares de mi modesta biblioteca guardo como un tesoro algún Mortadelo. No hay por qué extrañarse que a los de cierta edad nos gusten. Recuerdo que en una de sus aventuras, en una viñeta, aparece un gran periodista de aquella época, Matías Prats (padre del actual) tocado con gafas de sol retransmitiendo por radio un partido de fútbol. Genial. Había que oír cómo se expresaba, sus comentarios eran apasionados. Ocurrió que cierto domingo se explayó con jugosas observaciones. Al día siguiente, lunes, la tarea era distinta. Se trataba de informar al oyente sobre una corrida de toros en la plaza de Madrid. Se conoce que aún resonarían en su cerebro las expresiones del día anterior, porque en un momento determinado el astado saltó el vallado. El bueno de Matías exclamó entusiasmado: “¡Señores! ¡El toro ha salido de banda!”. En medios taurinos no cayó bien. En los deportivos sonrieron indulgentes.

El dibujo ha sido mi profesión desde los 18 años. Soy delineante industrial y entonces eran tiempos de la escuadra, el cartabón, la regla, el compás, la mesa con paralex… Es un mundo distinto. Lo que no quita para los que todavía seguimos usándolos. Algunos, como el que suscribe, nos aventuramos a trasladar al papel lo que nuestros ojos ven. Así de simple. Cierta tarde hice una caricatura de mí mismo. La conservo enmarcada en la pared. No sé si me atrevería a hacer de otras personas. Lo que decía, sigo utilizando herramientas de hace 50 años. Beti arte, maisu.