Guardo gratos recuerdos de aquella experiencia que comenzó con la incertidumbre y el temor propios ante el reto desconocido. Fueron numerosas las tardes de inmersión en una atmósfera de concentración y trabajo personal, rodeado de libros y otros materiales de apoyo a los licenciados en potencia, que configuraron en mi persona el gusto por el saber y el afán por descubrir lo desconocido.

En esta aventura, la motivación intrínseca guió y allanó el camino hacia el logro, apoyada por los comentarios entre compañeros y la puesta en común de diferentes puntos de vista. Todo ello facilitó la ardua tarea de ir construyendo, de manera autónoma y autogestionada, el aprendizaje y la formación requeridos para alcanzar los estándares de cada una de las asignaturas.

En este entramado de elementos confluyentes no faltaron el apoyo, la guía, tampoco el asesoramiento del personal que componía la plantilla profesional del centro: desde los conserjes que nos recibían en el hall, pasando por las administrativas de secretaria y las bibliotecarias, en general todo el personal de servicios, así como el profesorado que orientaba, con rigor y precisión, el proceso personal de cada estudiante.

Hablo de la UNED-Pamplona de los años noventa, periodo en el que entré en contacto con esta institución de conocimiento y formación, configurada para facilitar la conciliación entre la vida personal y laboral con el ámbito universitario. 

Sin duda, el papel desempeñado por la UNED, no sólo en Navarra, sino también en el resto del país, ha sido y es relevante en el desarrollo de nuestra sociedad y el enriquecimiento personal de miles de estudiantes deseosos de aprendizaje y formación continuos. La medalla otorgada al Centro Asociado de Pamplona es un merecido galardón para toda su comunidad universitaria, para todos los estudiantes que han pisado sus aulas, como acertadamente ha reconocido su directora, así como para la motivación y la persistencia, valores ligados intrínsecamente a la idiosincrasia de la UNED. ¡Enhorabuena!