Los estados, que tanto cuidan que su ciudadanía mantenga  una buena opinión pública para lo que dedican ingentes cantidades en publicidad y propaganda, sorprende el desconocimiento sobre la valoración y criterios de la colectividad sobre el ejército, jueces, monarquía o la Iglesia. O sí la conocen pero no la publican porque pueden derribar gobiernos, pues son poderes fácticos  incontrolables e incluso cambiar un régimen. Se atribuye a Maquiavelo la máxima: “los referéndums se convocan para ganarlos”. Por extensión, se amplía el exordio: “hay asuntos políticos que no deben ser puestos a consideración del pueblo para lo que no está capacitado”. Era el Despotismo Ilustrado que la Revolución Francesa no pudo dominar y que muestra el desdén de los políticos hacia el pueblo, incluso los elegidos democráticamente. El cinismo de los gobiernos es que alardean de que sus servicios de información conocen todo, pero los poderes fácticos designan quiénes formarán gobierno y a quiénes se le siega la hierba bajo los pies a pesar de las preferencias de la ciudadanía. Ninguna opción, por mucho que las encuestas lo vaticinen, va a poder llegar al poder sin el beneplácito de esos poderes ocultos que se ignora quiénes los componen, pero es evidente que existen por sus efectos, pues los movimientos que rebasan el límite político existente, como Podemos, o los nacionalismos reivindicativos, como ERC o PNV son bloqueados con saña por los aparatos del Estado hasta ser asimilados por el Estado-Leviatan. A sensu contrario, grupos sin ideología pero liderados por personajes que se promocionan a sí mismos, que rebotan de partido en partido, son financiados generosamente por los poderes fácticos contribuyendo a mantenerles en el poder mientras son dóciles y les apoyan para que los jueces sean benévolos con la lacra nacional de la corrupción y sus turbios  pasados en el franquismo y ahora aclaman la Constitución.