Soy sobrino de Ramón Ramos y Miguel de Carlos, pamploneses secuestrados y asesinados por carlistas en 1936. Nuestros mayores evitaban mirar o pasar cerca del monumento porque sentían rabia y dolor.

Nos dejaron en herencia el duelo no cerrado, el deber de memoria, el deber de verdad, el deber de seguir buscándolos por campos y cunetas y también, sí, también, el deber de seguir luchando contra el genocidio y el fascismo. Y ese panteón siempre significará eso: lo peor de nuestra tierra. Por mucho que se intervenga, seguirá haciéndonos sentir lo mismo. Por mucho que se cambie, un símbolo así no se puede resimbolizar. Y Pamplona-Iruña seguirá siendo una ciudad manchada por el horror, el dolor y el fascismo. ¡¡Derribo ya!!

*El autor es socio de AFFNA/NAFSE36