Y es que hay veces que de un momento a otro la vida te da un giro de 360º y tú sin comerlo ni beberlo te ves en la situación que menos esperabas, de la forma más tonta, y no eres capaz de reaccionar y mucho menos de tomar las riendas de todo eso. También es verdad que existen personas en este planeta que son como ángeles de la guarda, y es ahí en ese preciso momento cuando aparecen.

Hace un mes tuve la suerte y la desgracia a la vez de vivir uno de esos giros de 360º que te da la vida. Y digo desgracia, porque nadie en este mundo quiere que ningún familiar padezca ningún tipo de enfermedad, y ya cuando encima es tu madre, todo se hace más cuesta arriba. Ves cómo la mujer con más narices que puede existir se apaga lentamente, y tú tienes que limitarte a agarrarle la mano fuerte y “ver venir”… Y es ahí, en ese “ver venir” cuando aparecen tus ángeles de la guarda. Esa suerte de la que hablaba. Ángeles de la guarda vestidos de gris, de blanco, de azul… Sí, vosotros. Os convertisteis en nuestros ángeles desde el minuto cero que la vida nos obligó a pisar esos pasillos. Hicisteis de médicos, de enfermeros, de auxiliares, de celadores, de administrativos, de limpiadores… Hicisteis de lo que para nosotros era un mundo, que simplemente lo viéramos como un granito de arena, en una playa desierta, llena de calma y con un sol espléndido.

Gracias. Gracias por cada minuto que tiene las 24 horas del día, invertido en los cuidados de mi madre. Gracias por cada sonrisa que le sacasteis hasta en sus peores momentos, gracias por ese apoyo incondicional para enfrentar la situación desde el otro lado; el lado del “vas a salir de aquí mejor que antes”. Gracias. Aún más porque tuvisteis que cuidar no solo de la paciente. Gracias por cada abrazo, por cada sonrisa, por cada café, por cada sesión de psicología, por cada facilidad para absolutamente cualquier gestión que nos hiciera falta. Gracias por hacer todo completamente fácil.

Entre camas de hospital, mil medicaciones y un agujero del que no eres capaz de visualizar el fondo, conseguisteis que cada día viéramos un poquito de luz, por muy oscuro que estuviese. Conseguisteis que esos días de ingreso, el N1 fuera como abrir la puerta de casa después de una jornada laboral muy larga. Y es que sois eso, hogar.

Somos conscientes de que nadie quiere ese tipo de situaciones, pero seamos conscientes también de que el Hospital Universitario de Navarra debe estar más que orgulloso de que sus empleados del N1 (sin menosprecio de los demás pabellones y especialidades) son considerados ángeles de la guarda por sus pacientes y familiares. Y ojalá sólo os vuelva a ver tomando el vermut en la plaza del Castillo al sol, pero si la vida vuelve a darme uno de sus giros, que sea a vuestro lado.

Eternamente agradecida.