Llevamos tiempo escuchando y leyendo lo que este mamotreto arquitectónico supone para la ciudad de Pamplona con su presencia, recordando siempre la idea principal con la que fue concebido. A mi modo de entender, solo sirve para que los que lo levantaron sigan aplastando a los que no pensaban como ellos y a sus descendientes que aún buscan por las cunetas.

Todos los intentos de darle un uso a lo largo de los años han fracasado, y cualquier otro destino que se le quiera dar no tiene futuro. Seguir manteniéndolo tieso solo contribuye a la ofensa y al estorbo, para que la vista se pare de golpe impidiendo ver el horizonte.

Hay que demolerlo.

Cuando yo era un mocete que iba a la escuela, un buen día asistí a un espectáculo gratuito que me causó impacto. La casa de las hiedras en Carlos III fue tirada mediante el procedimiento de dinamita controlada. Aquella mañana el edificio, con un poco de ruido y bastante humo, se vino abajo ante la mirada de los curiosos, como yo mismo.

Con los Caídos se podría emplear este sistema, aunque como las piedras que lo sostienen son muy gordas, la cantidad de dinamita tendrá que ser la adecuada. Al día siguiente ya podrán entrar las excavadoras para dejarlo todo limpio.

Yo ese día me lo tomaré libre y asistiré al espectáculo, al igual que hicieron aquellos antepasados que fueron al prado de San Roque para ver el ajusticiamiento de los ladrones del retablo de San Miguel de Aralar, que lo habían robado cegados por el valor que contiene.

Después, por el enorme hueco que se va a producir, pasará el aire cierzo o bochorno, según de donde venga, con auténtica libertad.