Estamos rodeados. Inflación. Guerra. Problemas de suministro. Repunte de la pandemia. Los focos no dejan de aparecer. Faltan recursos humanos, temporales y materiales para poder atender tanto foco. ¿Qué podemos hacer? La solución más cómoda: disfrutar del verano, que han sido dos años de pandemia horrorosos. A partir de otoño ya veremos. ¿Ya veremos? ¿Vamos a esperar a que las llamas estén alrededor de nuestras casas? No es lo más práctico. Debemos recordarlo: el mañana siempre llega. Y muchos indicadores económicos adelantados no presagian nada bueno.

No existe mucha diferencia entre gestionar la economía y los incendios. No ha pasado tanto tiempo y después de alguna tímida protesta del estilo “el gobierno no activó el nivel de emergencia más avanzado cuando las temperaturas estaban a tope” es lo único que ha quedado. ¿Críticas? Las justas. La vida sigue. ¿Cómo puede ser? ¿Qué hemos aprendido? Simplemente se han usado frases retóricas. Para la oposición, “la gestión ha sido un desastre”. Para el gobierno, “una vez listo todo el mundo es listo. Nadie se quejó el día anterior a los incendios de que se debía reforzar la prevención”.

Por desgracia, el cortoplacismo actual está suprimiendo la capacidad de análisis y reflexión. Pensemos en otras dos desgracias. Por un lado, terremoto en Afganistán con al menos mil muertos. ¡¡Mil!! Una pequeña referencia en los medios. Por otro lado, el asalto de Melilla. Ni siquiera los fallecidos están claros; según la fuente que se consulte parece que el número oscila entre 23 y 37. Aquí las referencias han sido mayores, pero no queda claro para nada la responsabilidad de semejante suceso. ¿La policía marroquí? ¿Las mafias? ¿Fue una estampida incontrolable que nos llevó a semejante desastre? No se sabe. No se trata de caer en el estúpido buenismo que nos lleva a exclamar “pobrecillos”. Se trata de saber el porqué. Conocer opciones para evitar estos desastres en el futuro. Y sin hipocresías, siendo conscientes de la escasez de nuestros recursos, pensar si existe algún mecanismo de ayuda.

Volvemos a los incendios. Todos los años, igual. Todos los años, las mismas conclusiones. Sin embargo, cuando comienza el verano los partidos de la oposición nunca se quejan de la escasez de medios para afrontar los fuegos. Y existen posibilidades. Está el fácil remedio de la barra de bar: “la cosa es muy sencilla, que se apliquen las nuevas tecnologías ya. Se podrían usar drones. Muy fácil, que sobrevuelen todos los campos y al menor imprevisto, que avisen”. Está el análisis más técnico: se trata de limpiar los montes. Tener claras las zonas con más riesgos. Repartir el personal de la forma más eficiente posible: eso pasa por multiplicar el personal destinado a la prevención de incendios en verano. Más aún: sería muy útil profundizar la coordinación en sentido vertical (policía, ejército) y horizontal (con otras comunidades autónomas).

Pocas veces se trata otro problema de fondo: la gran distancia que existe entre la autoridad competente y la calle. En pueblos como Gallipienzo Nuevo hubo conflictos con la Policía Foral debido a la prohibición de realizar cortafuegos cuando había indicios para temer lo peor. ¿Quién tenía razón? Tiene sentido pensar que quien trabaja en el campo conoce mejor la situación. Al fin y al cabo es su medio de vida. Debido a ello, es quien más tiene que perder. Y debemos reflexionar mucho sobre ese matiz. No es lo que le ocurre a un alto cargo que pueda estar en la capital que incluso ha podido tener un contacto ridículo en el campo. Si el primero se confunde, sufre ruina económica que sí, se puede compensar con un seguro. Pero es que además tiene una ruina emocional para la que no existe consuelo. Si el segundo se confunde, lo más que puede perder es su puesto. En consecuencia, lo más cómodo es refugiarse en el protocolo: “Siempre se ha hecho así”. Más aún: en caso de error es fácil culpar a quien ideó dicho protocolo. Esta historia nos lleva a una reflexión muy profunda y fundamental.

Si el gestor toma una decisión activa y cambia la norma pretérita tiene todo que perder. Nunca se puede saber si ha acertado, ya que no podemos comparar lo que hubiese pasado en el sentido contrario. Pero si falla, le llueven las críticas. Por otro lado, si el gestor toma una decisión pasiva y acierta, muy bien. Si falla, simplemente ha cumplido la normativa existente. Por tanto, en este caso tiene muy poco que perder.

En economía, se dice que la segunda opción es “dominante”, ya que el coste de una posible equivocación es muy bajo en comparación con la primera opción.

Con el verano recién comenzado, se observan pequeños focos de humo en el aparentemente lejano otoño.

¿Cómo van los cortafuegos?

Economía de la Conducta. UNED de Tudela