Como dice Serrat en su canción, “niño deja ya de joder con la pelota”, una frase muy socorrida en los hogares, para que el niño abandonara sus quehaceres con la pelota y acudiera raudo a dar la bienvenida a los alimentos que hemos de recibir, después de dar las gracias al de màs arriba. Esa era una estampa habitual en los hogares vascos cuando la religión campaba a sus anchas. Hay muchos estudiosos que han investigado sobre el origen de la práctica de la pelota en general, y la modalidad de pelota vasca en particular. Algunos lo sitúan en la época de los faraones donde aparece en algunos monumentos egipcios, o en la Odisea, que retrata a Nausicaa (hija de Alcinoo, Rey de los Feacios) jugando a la pelota con las doncellas. Hay quien afirma que la pelota de cuero lo inventaron los chinos, rellenando las pelotas con cuerdas ya en el siglo IV antes de Cristo, y la jugaban pasándose de mano en mano. También el ilustre Alejandro Magno disfrutó de su contacto, mostrándose como un buen jugador, pero fue en Roma donde el juego de la pelota adquirió mayor auge por recomendación de los médicos, como un ejercicio saludable, siendo los legionarios romanos quienes lo divulgaron por Centro Europa, para terminar en la Península Ibérica.

El sistema de juego entonces era muy distinto a lo que hoy conocemos en Euskal Herria. La pelota se lanzaba al vacío donde el contrincante la devolvía, y si le añadías una red en medio y un instrumento en forma de raqueta, es como nació lo que hoy conocemos como tenis. Según relata Santiago Lesmes en su libro, Posa junto a un frontón, existen testimonios documentales de 1411, que hablan de la práctica de la pelota en el claustro de los Predicadores de Iruña, y en el Palacio de Olite, ya en esas épocas.

Es así como las tierras vascas supieron dar mejor refugio al juego de la pelota, dotándole mayor plasticidad y espectacularidad, con el invento de juego en pared, lo que hoy llamamos frontón, y ya reconocible en el mundo entero como pelota vasca.

Presenciar un partido de pelota a mano es contagiarse de la pasión que embadurna el frontón, es disfrutar del frenesí del juego, de la lucha contra lo imposible, de la réplica constante entre los contendientes. Cada tanto somete al espectador a un suspiro incontenible, viendo como pelota y pelotaris se mueven a velocidad de vértigo, a veces acariciando el txoko con una dejada imprevisible, otras, saliendo la pelota de la mano del pelotari, como un obús para encontrarse con la contracancha, o rebotando en un dos paredes calculado al milímetro, haciendo que parezca fácil lo difícil, y a menudo, la pelota presa de la volea ofensiva que corta el aire, y hace crujir las paredes del frontón, imponiéndose al silencio, y cuando se produce el tanto, el paroxismo de la gente que apoya al vencedor, es la emoción a flor de piel. Algo de esto debió sentir el astro argentino del balompié en su visita reciente a Bilbo e Iruña, cuando se quedó maravillado de este juego, hecho arte, según sus propias palabras, y que artistas como Martinez de Irujo, Olaizola, Altuna y Laso, entre otros, han elevado la pelota a mano, a lo más alto del deporte vasco, después del letargo sufrido por culpa de la pandemia.

Hoy, tanto las instituciones vascas, como las federaciones de pelota, están poniendo en valor el juego de pelota en sus distintas modalidades, como el remonte, la cesta punta, o la pelota a pala, incentivando su práctica con su extensión mediática, sabedores de que estamos ante una seña de identidad del pueblo vasco, como el idioma, en compañía de los riojanos que también lo practican en sus pueblos, y los vascos de Iparralde, lo mismo que la mujer se está incorporando a la competición con progresiva calidad y buena afluencia de público, si bien, los éxitos cosechados por la cesta punta y el remonte en Florida, Tampa o Manila han dejado de entusiasmar como en tiempos pretéritos.

El ambiente que rodea al mundo de la pelota es también para quitarse el sombrero, destacando el respeto con el que se retratan los pelotaris dentro del frontón, como del público en general, dispuestos siempre al bullicio y al aplauso por parte de los jóvenes cada vez más presentes, si bien, alguna sombra aparece en el horizonte, con esos silbidos proferidos al contrincante en el ánimo de molestar, y que hasta ahora nunca se habían dejado sentir en el mundo de la pelota.. Es cuestión de educación y respeto al adversario porque estamos ante un juego, en el que tampoco nos va la vida en ello.

Desde tiempo inmemorial, el caserío ha necesitado cortar leña para el invierno, y también hierba como pasto del ganado, utilizando los bueyes como animal de carga, pero por obra y gracia de las apuestas, los aizkolaris, segalaris y el arrastre de bueyes, que vivían anónimamente al abrigo del caserío, se han convertido en protagonistas del deporte de competición, siendo su seña de identidad, la fuerza física, y su paradigma, las apuestas que inundan todo el deporte vasco, para bien y para mal, para unos un aliciente de la competición, y para otros, una rémora.

Recuerdo las tardes que siendo un niño acudía con mi aitona y sus amigos al Frontón Urumea de Donosti, para ver jugar a remonte. Me llamaba la atención los gritos que pegaban unos señores que desde la primera fila tiraban pelotas de goma hacia los espectadores y estos les devolvían, y no entendía muy bien lo que escondía aquel juego. Mis pequeñas neuronas sí que llegaron a advertir, después de algunos partidos, que mi aitona unas veces salía eufórico del frontón, y otras, con cara de pocos amigos, luego me explicaron que las apuestas marcaban las emociones de mi ancestro.

Aquí no acaba el idilio de los vascos con el deporte nativo. Los viejos arrantzales que en los siglos XIV y XV, desafiando las turbulencias del mar Cantábrico, arriaban sus botes, y remando con locura, iban tras las ballenas que atravesaban nuestro mar desde noviembre hasta marzo, como lo atestiguan los escudos de Bidart, Guethary, Hondarribia, Motrico o Guetaria, con la ballena como emblema, y que hoy compiten en el mismo escenario, subidos a magníficas traineras que surcan las aguas al son de las olas, ofreciendo un espectáculo que congrega a multitudes a lo largo de la costa cantábrica, de la mano con cántabros y gallegos, para asombro de medio mundo, y la envidia del banco móvil.