En el nuevo santoral civil, el 26 de septiembre es el Día Mundial de Salud Ambiental. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud ambiental es la disciplina que se encarga de estudiar, prevenir y controlar factores ambientales y del entorno que puedan influir en los seres vivos.

Esta efeméride se celebra desde 2011 por iniciativa de la Federación Internacional de Salud Ambiental. Organización que agrupa a 45 estados, con sede en Londres, y se orienta a la investigación científica y técnica en materia de salud ambiental. Con el objetivo de sensibilizar y concienciar a la población mundial de la importancia de cuidar nuestro planeta, sus recursos naturales y las especies que habitan en él.

Todo está relacionado. Vivimos en un mundo en donde el progreso se mide en función del producto interior bruto, cuando el PIB aumenta se incrementa el bienestar y también lo hace la contaminación.

Contaminación definible en tres tipos: atmosférica que consiste en la liberación de sustancias (químicas) a la atmósfera, hídrica es la presencia de desechos (físicos, químicos, biológicos) en el agua y edáfica lo mismo en el suelo.

En este escenario la salud ambiental debe ser considerada una política pública esencial, orientada a prevenir y disminuir la aparición de enfermedades que inciden en la salud provocando patologías que son generadas por condiciones ambientales inadecuadas, como radiaciones electromagnéticas (alteraciones físicas) y contaminación sónica (problemas auditivos), cambios estacionales (alergias, reumatismos, angina de pecho), cambios de humedad (deshidratación, lesiones cutáneas), material particulado (silicosis pulmonar y enfisema pulmonar) y radiaciones ultravioleta (daños oculares).

Hay una estrecha relación entre la salud y el medio, de ahí el nuevo enfoque de Una Salud (One Health), ya que son muchos y diversos los factores que nos rodean e influyen sobre el organismo y también en la economía. En donde los biólogos podemos y tenemos mucho que aportar.

Un ejemplo lo acabamos de tener estos días con la Enfermedad Hemorrágica Epizoótica, patología infecciosa de origen viral cuyo vector es un mosquito del género Culicoides. La sequía obliga a los animales silvestres a abrevar en fuentes y charcas frecuentadas por la ganadería extensiva, de manera que comparten puntos de aprovisionamiento de agua, lo que favorece los contagios. Esto representa uno de los grandes riesgos sanitarios para la ganadería extensiva. Por no citar las consecuencias económicas y la sostenibilidad, viabilidad, de las explotaciones extensivas afectadas. Una buena gestión ambiental habría reducido la incidencia de la enfermedad.

El aire que respiramos, el agua que bebemos, el entorno de trabajo o el interior de los edificios tienen una gran implicación en nuestro bienestar y nuestra salud. Ya sabemos que el aire contaminado aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias y cardiovasculares, y cada vez hay más indicios de afectar a la capacidad de razonamiento, a la memoria, e incluso puede ser causante de ictus. Las partículas contaminantes que entran en los pulmones de las mujeres embarazadas pueden llegar a instalarse en la placenta y afectar al desarrollo del feto, según una investigación de la Universidad Queen Mary.

También ha surgido un trastorno psicológico llamado ecoansiedad, inquietud y angustia por el futuro medioambiental. Este trastorno también está ligado a la vulnerabilidad a mayor vulnerabilidad mayor ecoansiedad. Lo que nos lleva al debate de las desigualdades sociales. María Pastor Valero, profesora de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Miguel Hernández: “No es lo mismo que tengas un hogar seguro en un barrio seguro y que sepas lo que vas a comer cada día sin problemas que no”.

Como bien apuntaba recientemente Teresa Ferrer Gimeno (jefa Sección de Sanidad Ambiental) en un artículo, la Constitución española contempla el derecho a la protección de la salud, amparado en la Ley de Salud Publica y hemos de seguir implementando el Plan Estratégico de Salud y Medio Ambiente.

En Navarra hace un año se aprobó la Ley Foral de Cambio Climático y Transición Energética y coincidimos con Julen Rekondo (Premio Nacional de Medio Ambiente), la ley tiene aspectos positivos. Sin embargo, abunda en declaraciones de intenciones, adolece de concreción y posee demasiadas remisiones a futuras elaboraciones de reglamentos y planes de actuación. Lo que produce un alargamiento en el tiempo en su implantación. Tiempo que no podemos ni debemos perder.

Aunque ya sabemos que el tiempo de los políticos no es el del resto de la sociedad. Seguimos esperando la creación de la Asamblea Ciudadana de Cambio Climático y Transición Energética, necesaria para la participación ciudadana, y la comisión sobre fiscalidad verde. Así como la puesta en marcha de algunos importantes aspectos de la Ley Foral de Residuos y su fiscalidad de 2018, sólo cinco años.

Mientras recomendamos compartir información sobre este día en las redes sociales con los hashtag #DíaMundialdelaSaludAmbiental, #SaludAmbiental y en inglés #WorldEnvironmentalHealthDay.

El autor es vicedecano del Colegio Oficial de Biólogos