Las escenas que contemplábamos en la televisión de los atentados del pasado día 7 de octubre, con asesinatos y secuestros de civiles israelíes a manos de los terroristas de Hamas nos recuerdan mucho a la década de los setenta, cuando el terrorismo de origen palestino, sobre todo el perpetrado por el grupo Septiembre Negro, responsable del asesinato de once atletas israelíes durante los juegos olímpicos de Múnich de 1972.

La vida es sagrada y ninguna causa por muy justa que sea puede justificar estas atrocidades, vaya por tanto por delante la condena clara y rotunda sobre estos asesinatos y secuestros de ciudadanos israelíes; vemos cómo cincuenta años después, la causa palestina vuelve a embarrarse con estos delitos terroristas. Tenemos que preguntarnos como sociedad y preguntar a la dirigencia política en primer lugar de Israel, Estados Unidos, la Unión Europea, China y Rusia por la responsabilidad contraída por acción u omisión en no haber solucionado este contencioso palestino después de tantos años, contribuyendo con ello al enconamiento del conflicto y agravando así el sufrimiento sobre todo del pueblo palestino.

Israel se muestra ahora como un verdugo disfrazado de víctima, argumentando que no tiene más remedio que responder al ataque recibido, como si la guerra hubiera comenzado el pasado sábado y como si un Estado que se declara democrático pudiera actuar como un grupo terrorista, saltándose todas la reglas de juego. La sociedad israelí en su mayoría se ha entregado hace ya muchos años a los cantos de sirena de la derecha y ultraderecha israelí, sobre una falsa seguridad a cambio de cerrar los ojos sobre la política hacia los palestinos. Se ha consolidado un régimen de apartheid sobre los palestinos, tratándolos como ciudadanos de segunda, privándolos de todo tipo de derechos e imponiéndoles todo tipo de privaciones tanto en Gaza como en Cisjordania. Los sucesivos gobiernos israelíes han ninguneando a la Autoridad Nacional Palestina y han potenciando al grupo Hamas en Gaza, organización nacida al calor de la Intifada de 1988, practicando la política de divide y vencerás, para debilitar la causa palestina y así decir que no tienen un interlocutor válido para negociar, por ejemplo.

Estos partidos conservadores, con su sempiterno primer ministro Benjamín Netanyahu, de forma continuada en el cargo desde el año 2009, aliado con los partidos religiosos y ultraderechistas, ha ido aumentado la represión sobre los palestinos, se ha opuesto con vehemencia los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993, levantando muros como los de Cisjordania y de Gaza, fomentando nuevos asentamientos de colonos judíos tanto en Cisjordania cono en Jerusalén Este, que se han multiplicado desde el año 2000, y reduciendo la cuestión palestina a un problema de orden público y seguridad ciudadana.

Así, inspirado por el anterior presidente estadounidense Donald Trump, tenemos los Acuerdos de Abraham, un intento de normalizar las relaciones de Israel con sus vecinos árabes al margen del contencioso palestino. Marruecos, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos se han adherido a estos acuerdos, reconociendo el Estado de Israel, y próximamente se iba a unir al club el Reino de Arabia Saudí. Una vez más se quería obviar la cuestión palestina, y en este contexto se podrían entender los atentados terroristas de Hamas, como un golpe en la mesa de defensa y reivindicación del problema palestino. Dicho problema ya fue abordado en el plan de partición de Palestina de 1947 de la ONU con la idea de un territorio y dos estados, Israel y Palestina, uno al lado del otro. Plan que no llegó a materializarse por el estallido de la guerra de Independencia de Israel de 1948. Solución de dos estados recogida en los Acuerdos de Oslo de 1993 y conforme a las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU; plan de paz refrendado por China y la Unión Europea en la reuniones bilaterales del pasado fin de semana y que goza de una aceptación mayoritaria internacionalmente a excepción de Israel, evidentemente.

Los bombardeos israelíes estos días sobre la Franja han causado ya la muerte de más de dos mil personas, entre ellos más de 700 niños; una espiral de violencia, acción y represión israelí que se repite desde hace más de quince años, una represión sistemática sobre todos los habitante de este territorio por parte de Israel; bien sea a través de incursiones militares periódicas y bombardeos en la zona en busca de terroristas de Hamas o como represalia por el lanzamiento de cohetes desde la franja, bloqueando las entradas y salidas, cortando los suministros básicos, etcétera. Tanto es así que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres dice que es el único conflicto en que “a sus habitantes no se les permite huir”, es una cárcel a cielo abierto. La presión sobre el territorio es de tal magnitud que las organizaciones humanitarias lo consideran como un infierno en la Tierra. Casi dos tercios de la población viven por debajo del nivel de pobreza y dependen de la ayuda humanitaria internacional, según la Agencia de la ONU para los Refugiados.

“Tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”, señala Ami Ayalon, exjefe del Servicio de Seguridad Interior de Israel, el Shint Bet, tras los atentados del pasado sábado 7 de octubre de 2023. Igual ahora la opinión pública internacional, más sensibilizada, presiona lo suficiente para exigir una solución definitiva a este contencioso que ya dura demasiado tiempo y que tantas víctimas ya se ha cobrado.