En el escaparate de Marcelo Celayeta 28 de la Rochapea ya se ha colocado el cartel de Liquidación por jubilación.

“Ha llegado la hora, pero me da vértigo que la calle se quede huérfana, triste y coja”, confiesa Gema Gracia, dueña de la perfumería Gema, que el 13 de diciembre bajará la persiana tras 42 años detrás del mostrador y quiere que alguien coja el testigo de este mítico negocio.

“Me encantaría que se mantuviera como perfumería, pero el objetivo principal es que la bajera no se quede vacía y haya vida”, desea. 

Los orígenes de este comercio se remontan a 1979, cuando Javier Ruiz, su marido, y Maribel Redín, su suegra, abrieron una droguería en el número 28 de Marcelo Celayeta.

“Mi suegra formaba parte de la saga de los Redín. En la droguería, vendían pinturas y una gran variedad de productos de limpieza”, recuerda.

Maribel se jubiló, Javier se quedó al frente de la droguería y en 1988, debido a la gran cantidad de faena, Gema entró al negocio familiar a echar una mano.

“Trabajaba en contabilidad, no estaba a gusto y mi marido necesitaba ayuda para atender a toda la clientela”, explica.

Gema, que pronto dejó su impronta, montó un txoko de madera donde se vendían perfumes, artículos de cosmética y complementos.

Ese txoko fue a más y Gema abrió su primera perfumería en 1990 –situada en la esquina de las calles Artica y Ustárroz– y en 1994 levantó la persiana del segundo local, ubicado en el 32 de Marcelo Celayeta. 

En 2001, Javier fundó una tienda de pinturas y Gema transformó la droguería de Marcelo Celayeta 28 en perfumería. “Me daba más ilusión vender perfumes y artículos de cosmética que Mistol para fregar. Prefería ayudar a una persona a que estuviera más estupenda que a poner guapo el suelo”, bromea.

Gema también apostó por la perfumería porque, en su opinión, las grandes superficies estaban comiendo terreno a las droguerías. “Tenían secciones especializadas en productos de limpieza”, subraya. Con el traslado de Javier, Gema cerró la perfumería situada en Marcelo Celayeta 32 y mantuvo abierta la tienda de la calle Artica hasta hace nueve años. 

onsejos sinceros

El secreto para haber resistido 44 años reside en la atención personalizada, los pequeños detalles y los consejos sinceros.

No estamos solo para vender, vender y vender. Cuando una persona se prueba una prenda o se aplica un maquillaje, le digo si le queda bien o mal. Nunca hay que engañar y a un vecino menos porque no es un cliente de paso, como el de las grandes superficies. Esta persona, si le cuidas y tratas con cariño, comprará en tu tienda durante toda su vida. El comercio local no somos para un día”, reflexiona. 

Otra de las claves consiste en renovar constantemente el género que se ofrece al cliente. “Vivimos de la gente del barrio y cuando pasan por la tienda tienen que ver cosas nuevas. No hay quedarse quieto. Hay que innovar todo el rato”, insiste Gema, que siempre se ha distinguido por sus singulares escaparates.

A pesar de lo atado que es el comercio local, Gema y su compañera Marta sacaban tiempo de donde hiciera falta para acudir a cursos de decoración de escaparates. “Íbamos a la hora de comer y a primera hora de la tarde ya estábamos otra vez en la tienda. Siempre nos ha gustado animar la zona y los vecinos esperaban cómo iba a ser el siguiente escaparate”, señala. 

Implicada en el barrio

Tras más de cuatro décadas detrás del mostrador, Gema se queda con los pequeños momenticos que brinda el comercio local.

Por ejemplo, cuando un cliente se va contento a casa con la compra realizada, cuando los vecinos le agradecen lo bien que les maquilló para la boda de un familiar o cuando las “abuelicas” entran a por un perfume y se quedan charlando sobre cómo les va la vida a ellas, a sus hijos y a sus nietos.

“Me da vértigo que estas cosicas se pierdan. Estoy muy agradecida a todas esas familias que han confiado en el comercio de al lado de su casa y que han apoyado una manera muy bonita de hacer ciudad”, reconoce.

Estos días, los clientes de toda la vida entran a despedirse de Gema y le ruegan que se quede un poquito más. “Les da mucha pena que me vaya y me dicen que no saben dónde comprarán el perfume, la cremica, el maquillaje o la bisutería”, comenta Gema.

Los vecinos de la Rocha también echarán de menos los pañuelos de seda, los guantes de piel, los sombreros, los gorros de lana, los vestidos, las blusas, las chaquetas... “Jo, qué lastima, ya nos obligas a ir hasta el centro de Pamplona”, le recriminan los clientes. 

Gema también se acuerda de sus compañeros de Marcelo Celayeta y de la fiesta del comercio del barrio que la asociación La Rotxa –en sus orígenes, Comercio y Hostelería del Salvador– organiza en junio desde hace más de dos décadas: paellada gigante para los vecinos, música, rondalla, trenecitos para los txikis, gigantes...

Además, la asociación siempre homenajean a una pareja o persona mayor que lleva toda su vida comprando en el barrio. “Siempre hemos hecho mucha piña entre los comerciantes y hemos estado ahí para el barrio”, finaliza.