Estamos muy agradecidos a los clientes. Les hemos cogido aprecio a todos, son como familia. Les debemos mucho porque gracias a ellos hemos aguantado estos 38 años. Nos da pena irnos y les echaremos de menos, pero ha llegado la hora de jubilarse y descansar”.

Así se despiden Javier Gulina y Mirentxu Gárate, propietarios de Foto Studio Avenida, mítico estudio de fotografía de la Txantrea que el 30 de diciembre bajará la persiana... ¿para siempre?

Javier y Mirentxu anhelan que algún fotógrafo coja las riendas del negocio para que la Txantrea no se quede sin ningún estudio de fotografía. “No queremos dejar a los vecinos desangelados y en la estocada. Muchos vienen y cuando se enteran de que nos vamos nos ruegan que nos quedemos un poco más porque no saben a dónde acudir”, indican.

El matrimonio ha colocado el cartel de Se Vende en el escaparate y ya han recibido las primeras ofertas de compra, pero ninguna se compromete a mantener el actual negocio. “Sabemos que es muy esclavo, atado y sacrificado. Pueden aprovechar el nombre del estudio, que funciona mucho”, animan.

El secreto para resistir 38 años como pequeño comercio reside en la atención personalizada, en la paciencia y en “perder el tiempo en cosas que no son rentables económicamente pero que a la larga se recompensa con la fidelidad del cliente que es lo que te permite sobrevivir”. 

Por ejemplo, Javier y Mirentxu se implican en la elaboración de los kioscos de fotos que, de normal, prepara individualmente cada cliente. “En el estudio se imprimen imágenes que están en una tarjeta digital, en USB o en el mismo teléfono móvil. Ayudamos a mucha gente mayor porque les vemos muy perdidos, no saben manejar el ordenador ni la impresora. Ajustamos las dimensiones de la imagen para que no les salga cortada o intentamos arreglar los contraluces”, señalan.

Javier también pierde mucho tiempo con las fotos de carnet de los más pequeños. “Cuando entran al estudio, muchos piensan que vienen al médico o al dentista. Se ponen nerviosos, se asustan y empiezan a llorar. Otros son cabezotas, berrean ‘no quiero hacerme la foto’ y no se quedan quietos. Si con los niños y niñas no tienes paciencia, nunca vas a sacar buenas fotos. Invierto el tiempo que haga falta, me da igual que haya más gente esperando, no me desespero. Estoy a lo mío, utilizando la triquiñuela que sea para que miren a cámara y sonrían. Al año, dos o tres niños se van sin hacerse la foto”, asegura.

Además, retoca las imágenes para que sus clientes salgan “un poco más guapos”. En concreto, arregla arrugas y disimula bolsas y ojeras siempre que la fotografía no sea para DNI o pasaporte. “No se puede porque es ilegal”, matiza.

El resultado es una clientela fiel que, en algunos casos, mantienen desde 1985. “Les hemos fotografiado en su bautizo, comunión y boda. También hemos hecho la boda de los padres y de los hijos”, apuntan.

A la tienda se acercan vecinos de la Txantrea, de otros barrios de Pamplona, de la Comarca e incluso navarros que residen en el extranjero y aprovechan su visita a Pamplona para sacarse la foto “donde toda la vida. Antes de ayer vino una chica que vive en Inglaterra y que ha esperado varios meses para revelar unas imágenes en la Txantrea”, subraya.

Los inicios

Hace 38 años, en 1985, Javier cogió un estudio de fotografía que estaba situado justo enfrente de su actual negocio, en la otra acera de la avenida Villava. “Se traspasaba y vi una ocasión”, relata.

Eso sí, los inicios fueron de todo menos fáciles: “Era una tienda mal atendida, parada y sin casi movimiento. El asesor nos dijo que era un negocio ruinoso y que no tenía pinta de que fuera a sobrevivir”, recuerda.

A pesar de los malos presagios, Javier se lanzó a la piscina. Gracias a su constancia y al boca a boca, los vecinos comenzaron a sacarse fotos en el estudio, le empezaron a contratar para bodas y comuniones y la gente revelaba los carretes en sus máquinas de revelado en una hora. “El agricultor siembra al principio y tiene que esperar a que llueva y haga buen tiempo para recoger los frutos”, compara.

Es más, en el estudio había tanta faena que Mirentxu dejó su puesto de trabajo para atender exclusivamente la máquina de revelado. “No soy fotógrafa, así que me dediqué a los negativos”, indica Mirentxu.

Hasta Olentzero

El matrimonió abrió un segundo estudio en Antsoain y en 2004 se cambiaron al número 51 de la avenida Villava, la acera de enfrente. “La primera tienda la Txantrea se nos había quedado muy pequeña. Además, estábamos de alquiler”, expresan. La crisis de 2008 se llevó por delante el estudio de Antsoain y despidieron a cuatro trabajadores.

Además, descendieron el número de bodas, bautizos y comuniones ; aparecieron los fotógrafos que se dedicaban exclusivamente a estos eventos y algunas familias inmortalizaron estos momentos con sus teléfonos móviles. “Se sacaban una foto en casa, hacían copias y las repartían en USB”, comenta Javier.

Para seguir a flote, el estudio comenzó a personalizar fotos, a realizar acabados especiales con forest y metacrilato, a montar álbumes, a imprimir fotografías en cojines, tazas, parchís... “Te tienes que mover y apuntar a lo que sea. Reinvertar o morir”.

Así han sobrevivido hasta ahora. La última campaña será la de Olentzero y Javier y Mirentxu se despedirán de todos los clientes que han pasado por el estudio.