Las III Jornadas sobre Ciberviolencia, organizadas por el Instituto Navarro para la Igualdad (INAI), pusieron este jueves de manifiesto que la ciberviolencia “lo único que hace es reproducir la desigualdad que tenemos en el mundo físico pero con unas características particulares y específicas que, de forma general, la agravan”, aseguró Patricia Abad, directora gerente del INAI. Abad destacó factores como la difusión masiva, la inmediatez, el anonimato o la permanencia en el tiempo de la agresión, es decir, su huella digital. Amparo Díaz, abogada especialista en violencia contra las mujeres, y Paola Fernández, psicóloga y psicoterapeuta especializada también en violencia contra las mujeres, fueron las encargadas de hacer frente a estos retos desde una perspectiva jurídica y psicológica, respectivamente. 

Díaz coincidió con Abad en la idea de que la ciberviolencia “es la violencia de género que se lleva a cabo usando las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que se alimenta del machismo y reproduce la violencia de género analógica pero, además, la potencia y lleva a cabo una cosificación extrema”. Díaz apuntó que estos aspectos “nuevos, que hace 15 años no había”, y apoyados en cambios tecnológicos constantes, chocan con la evolución “muy lenta” del sistema judicial y de las administraciones públicas. En este sentido, aseguró que “estamos pidiendo a nuestros profesionales que se enfrenten a la ciberviolencia de género sin que en realidad hayamos cambiando lo suficiente ni en normativa ni en el propio servicio en el que intervienen, por lo que muchas veces nos encontramos con profesionales que no tienen suficiente información ni herramientas”. Añadió que esta situación, en ocasiones, no permite profundizar bien en cada caso concreto. 

Díaz destacó que los atacantes tienen en cuenta la edad de sus víctimas. De esta manera, recordó que las mujeres más mayores, con un nivel económico medio-alto, solidarias y con pocas relaciones, son el perfil que los agresores buscan para llevar a cabo una estafa emocional, en la que se fingirá una relación de amistad para conocer sus puntos débiles y, llegado el momento, comenzar a pedirles dinero para resolver supuestos problemas personales. Por el contrario, añadió que se busca a mujeres más jóvenes para explotarlas sexualmente. “Pero todas somos población de riesgo en esta materia”, apuntó. Díaz remarcó también la existencia del “porno vengativo”, que consiste en compartir en redes o páginas pornográficas una imagen íntima que, además, también puede ser creada de manera artificial. “Se coge un imagen real y se transforma con aplicaciones que desnudan”, detalló.  

Asimismo, Díaz señaló la importancia que está cobrando la violencia sexual en cuanto al número creciente de casos y al “daño extremo que causa a sus víctimas, con actuaciones en manada y por el número de menores involucrados, tanto en forma de víctimas como de agresores”. En este sentido, Díaz alertó de la popularización entre menores en los últimos años del “sexo en grupo grabado” y añadió el ejemplo de casos en los que se pone “como prueba de crecimiento para las niñas aceptar acostarse con su novio y con los amigos de él. Y se está grabando”, recordó. Destacó que en ocasiones “no se llega a hacer un abordaje en profundidad de lo que está ocurriendo porque muchas veces nos encontramos con menores de 14 años, que ni siquiera son abordables a través de la Ley Penal del Menor, pero que tenemos que abordar a través de los Servicios Sociales”. 

Y sobre la difusión de contenido sexual en internet, Díaz no recomendó su retirada inmediata sin haber dejado previamente un registro de la existencia de ese contenido, “porque si no, se pierden pruebas, aunque sí recomiendo que se hagan las dos cosas de manera rápida”.

Tipos de víctimas

Además, Fernández cuestionó el concepto que existe de víctima e incluyó, junto a las mujeres que han sufrido la agresión, a la familia y el entorno social y profesional. “¿Qué pasa con esos padres que han visto sufrir a su hija, y con esa pareja que ha visto cómo sucedía todo?”, añadió. Y por su parte, Díaz se refirió a la violencia vicaria, es decir, “la cosificación de los menores, convertirlos en instrumentos, para hacer daño a la madre”. Ejemplificó este tipo de violencia con casos en los que los agresores utilizan las TIC para sustraer a los menores del domicilio de la madre e impedir que vuelvan con ella o conseguir información de la madre mediante mensajes “interrogatorios” a los hijos.

Consecuencias

Díaz también enfatizó en la importancia que tiene el impacto que generó la agresión en la víctima, que debe ser valorado a nivel de pena para el agresor y de indemnizaciones para la víctima, “porque algunas van a necesitar años de terapia”. Por su parte, para Fernández, la red de apoyo de la víctima o si tiene a su disposición recursos especializados son factores clave para determinar el impacto que generó la agresión. Asimismo, recordó la importancia de no minimizar este impacto, “que ha sufrido ella con sus particularidades, porque puede hacer que pasemos por alto que la vida de esa persona está en riesgo por suicidio”. De esta forma, Fernández recomendó “valorar muy bien la afectación en la calidad de vida porque, por muy pequeño que a nosotros nos pueda parecer el ataque que ha sufrido, siempre hay que contextualizarlo en la particularidad de la mujer que hay delante”, añadió.  

En cuanto a las consecuencias sociales y personales de la ciberviolencia, Fernández destacó algunas como la humillación, el desprestigio social y profesional o aislamiento forzoso de la vida pública. Y sobre los efectos en la salud psicofísica se refirió a la afectación del autoconcepto, estrés, culpabilidad, trastornos de ansiedad o depresión o síndrome de persecución, una sensación “que es imposible no tenerla si llevamos en el bolsillo el elemento a través el cual se lleva a cabo la violencia o en el que quedan marcadas sus huellas”.