Favour Roberts se sienta en un banco junto al depósito de aguas de Burlada. Algunos rayos de sol le caen en el rostro. Coge aire y sonríe cuando Alicia Giménez habla de ella: “Es muy generosa”. Favour era modista en Nigeria. En 2015 un hombre le ofreció trabajar en Italia, en la tienda de ropa de su hermana. “Acepté porque me dijo que se trataba de una boutique de lujo. En el viaje en autobús murieron tres mujeres. Si una mujer no tenía nada, la violaban para llevarse algo a cambio”. En Nigeria le aseguraron que, a cambio de l viaje, debía pagar 40.000 nairas que al final fueron un total de 40.000 euros y la única forma de pagar a su tratante era en la calle. Tras varios meses de engaño por las calles de Italia, se escapó a Barcelona. “Dormí en la estación, pero tras hablar con tres hombres, otro me recomendó que viajara a una ciudad más segura. Y acabé en Pamplona, donde una mujer africana me llevó a su casa. Ella también se dedicaba a la prostitución”, relata.

Le explotaban hasta las 4.00 horas de la mañana, día y noche. “Sufrí y fui testigo de incontables violencias. Allí pasaban hombres de todas las edades (de 13, de 16, de 25, de 60). Los peores eran los que se iban sin pagarte. Cada día, antes de salir a la calle, rezaba a Dios para que me protegiera”.

Muchas mujeres salen del estado nigeriano de Edo por medio de un rito de vudú. Los tratantes no solo les venden el sueño europeo sino que juegan con una creencia religiosa para manipularlas. En el ritual de vudú las víctimas se comprometen a no hablar con la policía o con las personas blancas sobre su historia. Si lo hacen pueden morir ellas o sus familiares. Juegan con aquello que es más preciado: la familia y la fe. Sin embargo, el Oba Ewuare II, la más alta autoridad religiosa del pueblo Edo y que había observado lo que estaba sucediendo en Europa con la trata, prohibió el vudú y canceló todas las promesas que hicieron para explotar a las mujeres y niñas en el mundo. Este fue el momento en el que Favour se escapó por segunda vez.

“Aquí mi vida cambió”

 “Han pasado tantas cosas que muchas veces no sé por dónde empezar pero creo sinceramente que mi vida es buena. Tengo, por fin, un lugar donde vivir, y estoy centrada en traer a mi hijo a Pamplona. Y, sobre todo, camino mucho y busco trabajar para poder sentirme algo más libre”, cuenta Favour.

Sin embargo, salir adelante en ocasiones puede resultar difícil por ser una mujer extranjera: “En Pamplona no hay trabajo, en especial cuando no conoces el idioma”. Una vez obtenidos los papeles, pasó por un matadero de pollos y una frutería, tareas que se alejaban mucho de su trabajo inicial, pero afirma que “yo solo quiero trabajar”. Y después de una agonizante etapa como víctima, volvió la esperanza: “Mi sueño ha sido siempre ir a clase, al colegio, y lo he conseguido”, sonríe. “Cuando llegué a Europa quería confeccionar vestidos, tarea que también hago en mi tiempo libre, y sigo queriendo lograrlo, pero me he dado cuenta de que es muy difícil aquí. Ojalá no tenga razón”.

“Eres una persona muy fuerte, ojalá tu testimonio permita acabar con esta violencia”, le señala Alicia. Favour Roberts fue pionera a la hora de contar su historia “Me negaba a tener depresión. Solía pasar todo el tiempo con gente para evitar estar sola porque no tenía dinero para pasar por un psicólogo y es muy difícil acceder a la sanidad pública siendo inmigrante”. Pese a todo, buscó la forma de volver a conectar mente y cuerpo: “Siempre me ha encantado bailar; con la música se curan muchos males. También acudo hasta el centro de Pamplona, echo un ojo a las tiendas o hablo con gente”. La capital de Navarra ya es casi su hogar, le ayuda a estar en calma. Pero Favour donde realmente encuentra la paz es en la naturaleza: “Cerca de mi casa hay un sitio muy inspirador, como un pequeño bosque, que me hace desconectar de mí misma, aunque también vuelvo a mí y me escucho”.

Conocer a Las Poderosas le cambió la vida y quiso que su historia sirviera para algo: “Muchas mujeres callan pero es necesario contar nuestras experiencias porque pueden servir de impulso para otras compañeras . Yo he aprendido que tengo la libertad y la voluntad de hablar”, señala. Cada vez son más mujeres las que se atreven a contar sus testimonios y el horror vivido: “El coraje se contagia”, sentencia. A pesar de las dificultades, cree que su futuro “es luminoso”. “Me siento aliviada para seguir hacia adelante”. Con esperanza y mucha valentía, sonríe al concluir que “la prostitución no va a ser nunca mi trabajo”.