La Asamblea General de Naciones Unidas aprueba un texto de respaldo a la causa palestina que aboga por su reconocimiento como Estado pero que implícitamente está admitiendo las limitaciones con las que el concierto de la diplomacia internacional choca a la hora de establecer y proteger principios y derechos. La amplísima mayoría de estados que han respaldado el texto realizan un gesto cuyos efectos reales para la construcción de un Estado palestino siguen siendo mínimos.

La causa palestina dispondrá de un mayor margen de participación en las discusiones de la ONU, pero dista mucho de alcanzar el estatus de miembro de pleno derecho al que aspira. De hecho, los equilibrios de intereses en el Consejo de Seguridad, órgano ejecutivo de la organización, han impedido hasta la fecha siquiera proteger la labor humanitaria y mediadora de los funcionarios y comisariados de Naciones Unidas. Sometida a una persecución, acoso y criminalización por parte de las autoridades israelíes, la agencia para los refugiados palestinos es el blanco favorito del extremismo sionista y del Gobierno de Netanyahu. La actitud del régimen que gobierna Israel, cuyas prácticas distan de poder homologarse con una democracia en materia de respeto a las libertades, es un abierto desafío al concierto diplomático internacional e incumple los compromisos adquiridos en materia de derecho humanitario como estado firmante de la Carta de Naciones Unidas.

La gesticulación extrema que ha llegado a romper simbólicamente ese texto no es admisible ni debería ser impune. Romper con los compromisos suscritos constituye una violación abierta de la legalidad internacional, aunque sea más que improbable una sanción acorde a la gravedad del desafío. El distanciamiento de su aliado más firme –Estados Unidos– y la retórica belicista de la administración de Netanyahu tiene el aspecto de una huida hacia adelante de quien somete la estabilidad regional y global a su propio interés con un discurso propio de los populismos de corte fascista del primer tercio del siglo pasado. Netanyahu prolonga una guerra ilegítima como medio de eludir las consecuencias de una práctica presumiblemente corrupta y judicializada. Y la diplomacia se muestra incapaz de escapar a la espiral de intereses geopolíticos mientras siguen muriendo inocentes.