Es iluso pensar que la aportación que Navarra liquida al Estado de acuerdo con el Convenio Económico es una cantidad extraída de un frío cálculo matemático. La historia más cercana demuestra que con independencia de lo que figure en los códices, el régimen convenido se modifica según convenga y puede producir efectos financieros al gusto circunstancial de las partes. Veamos algunos ejemplos. Navarra consiguió en su día minorar su aportación convenciendo al Estado de que los gastos de la Policía Foral eran en verdad imputables a un concepto no transferible, la seguridad del conjunto de España. Coló, porque eran los años en los que más dura era la acción de ETA. Tiempo después, en foto para el recuerdo (y la vergüenza), Miguel Sanz y Pepiño Blanco firmaron el convenio del AVE que reflejaba solemnemente la ideíca del primero: Navarra se encarga de las obras y deduce de su aportación lo que vayan costando. A pesar de lo satisfechos que se mostraron los firmantes -amigos para siempre- nunca se ejecutó lo presuntamente pactado. Pepiño engaño a Navarra y Sanz sirvió a tal propósito. Uno lució corbata y el otro alardeó de sagacidad y de disponer de un instrumento privativo que servía incluso para que llegaran los trenes a Pamplona. En tiempos más reciente tuvimos lo de Volkswagen, ejemplo de que lo que mal empieza mal acaba. El sistema inicial -crear una sociedad pantalla para que Navarra no perdiera el IVA a la exportación- era una añagaza, un engaño tácitamente consentido entre las partes. Cuando ya no se pudo ocultar por más tiempo hubo de arreglarse como se pudo, apañando un periodo transitorio para no quebrar las finanzas de Navarra. Fui testigo de que Montoro consideraba el monto en discusión una bagatela, y de que Barcina no tuvo otro argumento ante él que decir que se trataba de no hundir a Navarra, barrera del nacionalismo y tan importante para la unidad de España. Así se pactó un periodo de gracia. Detrás quedó la realidad: quien había quebrado Navarra era la entonces gatoadicta Presidenta, y al Estado le importaba bastante poco la cuestión. Quien venga detrás, que arree.

Conviene no perder de vista estas cuestiones cuando se quiera calificar la situación creada por la decisión del Gobierno de Navarra de proceder a la liquidación de la aportación al Estado según sus propios cálculos. Es difícil conocer la entraña de los números, pero lo cierto es que la Hacienda foral pretende hacerlos valer sin acudir a otros argumentarios de mayor fuste. El hecho de que haya gobiernos en Madrid y Pamplona que por sus propias esencias no parecen condenados a entenderse -expresión abominable, un oxímoron que tantas veces se ha escuchado cuando se apela a la gobernabilidad- no es en sí un mal punto de partida. Al contrario, ojalá este episodio sirva para hacer más transparentes los cálculos, sin trampa ni cartón ni envolvente que los disimule. Si me dan a elegir, prefiero que la aportación al Estado se resuelva en una Excel que acudiendo a la liturgia habitualmente falsaria de las declaraciones políticas. Ni apelar a la seguridad del Estado para deducirse un pico, ni contar a los navarros que ya está aquí el AVE gracias al inteligente juego que permite el Convenio, ni hacer ver que la fiscalidad navarra cuenta con una línea de ingresos que al final hay que regularizar traumaticamente. Todo eso, y seguramente algo más, ha constituído una historia reciente en la que la norma principal de relación económica con el Estado ha sido tomada como el elemento taumatúrgico propicio para unos cuantos enredos. Cuanto antes cerremos esa etapa, mejor.

En estas estábamos cuando la semana nos ha deparado un nuevo advenimiento del presidente de UPN afirmando que está negociando los presupuestos del Estado con Rajoy, y que “si entendemos que no se trata bien a Navarra, no contarán con el apoyo de UPN”. Además de que en su petitorio lo de tratar bien a Navarra consiste en trasegar más cemento, su actitud me recordaba la de un diputado nacionalista -muy nacionalista- que en los tiempos de Zapatero dijo que ellos hacían valer sus votos para “sacar tajada”. Es la misma pose de Esparza, cuyo partido debería consecuentemente dejar de ponerse campanudo en tantas ocasiones en las que conjura la defensa de España. Si no se han enterado de que un diputado no está elegido para ver qué saca para su huerto, mal van.