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Lola Ruiz Ibárruri, nieta de La Pasionaria

"La Pasionaria era la abuela Dolores, hacía pocos discursos y mucha vida hogareña"

"La Pasionaria era la abuela Dolores, hacía pocos discursos y mucha vida hogareña"

- A la saga familiar de revolucionarios marxistas hay que sumar también, entre otros, a su tío Rubén Ruiz Ibárruri, fallecido en la batalla de Stalingrado mientras combatía contra los nazis con el Ejército Rojo. Se trata de otro héroe soviético familiar, condecorado con los máximos honores. Tampoco habría que dejar pasar por alto que Lola conversó tres veces con Fidel Castro: con tres, quince y treinta años, la última de ellas “largo y tendido” para entrevistarle como periodista, ya que se licenció en Ciencias de la Información. Casualidades de la vida, con este historial, Lola Ruiz Ibárruri no podía haber nacido en otro sitio que no fuera Moscú y en otra época que no fuera la de la URSS, concretamente en 1960. O tal vez sea al revés: es el contexto el que ha propiciado esas circunstancias, que no casualidades. Se trata, pues, de un periodo “duro de guerra” que conforma el pasado de la actual Rusia, pero también el de un pasado del Estado que tiene como capital el nuevo hogar de Lola, Madrid. El nexo de unión de toda esta Historia, con mayúscula, es el exilio; y la protagonista de esta historia, con minúscula, Lola Ruiz Ibárruri. Solo faltaba un papel: el de narradora. Para contar la historia de los refugiados tras la Guerra Civil española, la directora de cine documental Irene Gutiérrez elaboró una película que cerró en Pamplona el ciclo Imágenes para la memoria. En una escena se ve a una joven pidiendo en París a la cantante estadounidense Joan Baez que le autografiara un disco recopilatorio de canciones populares en las distintas lenguas de la península Ibérica. Esa adolescente era Lola y, el disco, un regalo para su abuela Dolores.

¿Cómo termina participando en el documental ‘Diarios del exilio’?

- Un día leyendo El País vi que anunciaban un pase de documentales llamado Memorias del exilio. Fui a ver que era aquello y tuve suerte de poder entrar en la sala, porque había muchísima gente. Cuál fue mi sorpresa cuando vi una película compuesta de vídeos privados de distintas familias en el exilio, una de las cuales era la mía. Había imágenes donde salía yo entre los cuatro y los quince años que ni siquiera yo misma conocía. Fue grato y emocionante. Aún así, la primera vez que lo vi fue extraño. Estaba muy tensa porque tenía miedo de lo que fueran a sacar. Pero en cuanto hicieron otra proyección de ese documental, yo volví para verlo de nuevo. En esta ocasión ya sabía lo que me esperaba y fue una experiencia muy plácida. Me di un baño de esperanza y de nostalgia por todas aquellas personas que desgraciadamente ya no están entre nosotros.

¿Podría decirse que usted nace ya exiliada?

-Yo no me siento exiliada pero sí que nací en una familia de exiliados. Cuando yo llegué al mundo, debido al trabajo como militar de mi padre, tanto él como mi madre tenían que viajar mucho y nunca estaban en casa. Por eso aterricé de bebé en casa de mi abuela, Dolores Ibárruri. Ahí es donde me quedé siempre hasta que ella regresó a España. Aunque no tenga la sensación de ser exiliada, sí que tengo una sensibilidad especial para empatizar con la angustia y la tristeza de no poder volver a tu patria.

En el documental de Irene Gutiérrez vemos refugiados por motivos ideológicos muy distintos: desde marxistas como su propia abuela o Santiago Carrillo, hasta nacionalistas vascos y catalanes como el lehendakari Aguirre o el president Tarradellas. ¿La distancia acercó posturas?

-Creo que existió una unión importante: la República. Es verdad que luego había matices ideológicos. Pero todos ellos eran gente que se encontraban en el Parlamento y tenían que resolver los problemas cotidianos, un día sí y otro también.

¿Les queda muy lejos el exilio a las generaciones del Estado español posteriores a la Transición y por eso es más difícil empatizar con los refugiados actuales?

-La vida va muy rápido y a cada generación le toca lo suyo. Como mi madre nació en la Primera Guerra Mundial y tenía cuatro años cuando se firmó el armisticio de 1918, yo le preguntaba: “¿Mamá, tú que opinas de todo ello?” En realidad, ella no quería hablar de la Segunda Guerra Mundial, así que la Primera era diréctamente otra galaxia. Ahora pasa lo mismo: la vida cotidiana es muy intensa y nos exige vivir en el presente, sin tener tiempo para mirar al pasado y sus consecuencias. Para eso hay historiadores que se dedican a ello por vocación.

¿Cómo era la Pasionaria en la vida cotidiana?

-Para mí la Pasionaria era mi abuela Dolores. En casa había pocos discursos y mucha vida hogareña. Ella también hizo de padre, madre, abuelo y todo lo que hiciera falta. Fue la persona más importante de mi vida y la que más me influenció durante mi adolescencia.

¿Qué suponía haber nacido en una familia con personalidades tan importantes para la Unión Soviética?

-Una familia célebre en aquella época y en la Unión Soviética debía ir a la guerra igual que cualquier otra. Mi abuelo paterno murió en 1921 en un atentado. Mi abuela Isabel, que quedó viuda, era médico, por lo que esa fue su labor durante toda la Primera Guerra Mundial, en la que sufrió pulmonías por el frío. Mi padre, que fue oficial del Ejército soviético durante el conflicto, tenía 24 heridas de guerra. Mi tío también era oficial y murió en la Batalla de Stalingrado. Mi abuela Dolores dedicó su vida en Moscú a trabajar emitiendo día y noche Radio Pirenáica, que ella misma había impulsado en 1941. Mi madre fue enfermera y tenía todo tipo de problemas de salud a causa de enfermedades de la guerra. Por todo ello no se puede hablar en ningún caso de privilegio al referirse a nuestra familia, sino del reflejo de una manera de ser condicionada por la historia que le tocó vivir y que fue terriblemente dura.

Usted conoció a Fidel Castro. ¿Cómo se dio aquel encuentro?

-Lo conocí en el 63 en Moscú cuando vino con motivo de la fiesta del 1 de mayo. Me sacaron una foto muy graciosa con él, porque aunque yo tenía solo tres años, salgo leyéndole a él una revista que creo que podría ser Blanco y negro. Con 15 años, volví a verlo en un nuevo viaje que hizo a Moscú. Después, ya con 30, fui yo a Cuba a entrevistarle largo y tendido. Era la etapa de apertura, cuando se inauguraron hoteles españoles en la isla.

¿Cómo se enteró la Pasionaria de la muerte de Franco?

-Recibió una llamada telefónica. Mi abuela cogió aire y dijo: “Que la tierra le sea leve”. Después de colgar ya quería hacer las maletas, aunque el viaje se demoró año y medio porque no le permitían volver. Fue muy angustioso para ella el tiempo hasta su regreso en mayo del 77. Cuando se convocaron elecciones, con el Partido Comunista ya legalizado, ella decidió ir a España a pesar de que seguía sin tener pasaporte. Llamó a la embajada y les comunicó su decisión, así que le dieron la documentación inmediatamente.

Sorprende que una combatiente antifascista exiliada por el Franquismo reaccionara con la frase “que la tierra le sea leve”.

-Desde la muerte de Stalin, ella empezó a divulgar la idea de una reconciliación nacional porque creía que todo el mundo cabía en España, y más todavía si hubiera un régimen democrático. Tenía una visión de una determinada forma de vida que luego fue plasmada en la Constitución.

“En la República había discrepancias políticas, pero los exiliados habían sido compañeros en la resolución de problemas cotidianos”

“Aunque no sea exiliada, sí que empatizo especialmente con quien está angustiado y triste por no poder regresar a su patria”

“Nos enteramos de que había muerto Franco después de que llamaran a mi abuela, que dijo: ‘que la tierra le sea leve”