Entrevistar en su domicilio a Juan Mari Feliu (Pamplona-Iruña, 1942) es toda una experiencia. Su hogar recuerda a una casa museo, con miles de documentos y objetos de todo tipo, que atestiguan su dilatada trayectoria en la política y el montañismo. Ahora, acabar de autoeditar 'MI VIDA, entre la montaña y la causa vasca', una biografía destinada a su círculo más próximo, previa a la que prepara para una editorial, que se distribuirá en librerías.

De padre catalán y madre francesa, Feliu nació en un contexto muy complicado. Su aita había participado en la fundación de ERC, había tenido que exiliarse y había pasado por los campos de concentración de Argelès y de Saint-Cyprien. Por una serie de casualidades, pudo regresar, y de aquel reencuentro nació Juan Mari, cuyas circunstancias de posguerra y su curiosidad por la cultura vasca cincelarían su conciencia antifranquista. Aquello finalmente le conduciría por un periplo de meses de cárcel y más de 6 años de exilio en una etapa trepidante dentro de su largo compromiso político vigente hasta hoy.

Su autobiografía retrata las coyunturas históricas que le han tocado vivir.

-Explico cómo nació mi pasión por la cultura vasca. De muy niño tenía unos vecinos que hablaban en una lengua extraña, mi padre me contó que muy antigua, de la Prehistoria. Aquello me dejó con los ojos abiertos, como si estuviera viendo dinosaurios. Pasado un tiempo, fui a la Escolanía de San Antonio, de los Capuchinos, y allí se hablaba en euskera entre frailes y se cantaba. Aquellas dos circunstancias hicieron nacer esta pasión.

Y empieza a brotar una incipiente inquietud política, en una Iruña donde el régimen estaba muy atornillado.

-Incluso en el ámbito de la montaña. Yo empecé en Oberena, que se llamaba 'Escuela de Deportes de la Iglesia'.

Por entonces, los miembros de las juntas de todas las asociaciones tenían que ser afectos a Franco.

-Sí, siempre venía a las asambleas un señor que nadie sabía de quién se trataba, que era el policía de turno, de la secreta, para controlar lo que se trataba. Estábamos vigilados, y aquello me produjo un cuestionamiento. Esto no puede ser, me decía. Mi padre en cambio era muy liberal y abierto, pero había sufrido lo suyo, y no decía ni mu.

Y usted se involucró.

-Un amigo espeleólogo, Julián Larumbe, que ya murió, fue la chispa que me hizo involucrarme. La gente joven estaba más a la juerga, en una época de cierta apertura, discotecas y guateques. Yo empecé a ver aquello muy simplón. Era un momento que estabas buscando un camino. Del Grupo de Iratxe, que puso la bomba en los Caídos, de los cuatro que detuvieron conocía a tres, a Julián entre ellos. Empezó a contactarme gente, y era el momento de ir a la pesca, desde ETA y desde Eusko Gaztedi. Yo tenía de vecino a Perico Ezkurdia, que fue el que llevó la representación del PNV en la clandestinidad, y alguna vez me tanteó. Al final, entré en el tema, en 1964 y posteriormente fundamos Eusko Basterra más de un centenar de jóvenes. Esa fundación vino a través de Juan de Ajuriaguerra, que era el presidente del EBB clandestino , y yo ya estaba en el Napar Buru Batzar. Me propuso que en vez de pasar la propaganda por los barcos de pesca desde Donibane Lohitzune debajo del pescado, organizara grupos de jóvenes para hacer de mugalaris. Ajuriaguerra era como un coronel y yo pensé un plan, primero desde Larrun hasta Candanchú.

Repasada esa película de su vida, ¿qué sensaciones tiene?

-En una parte tengo buenos recuerdos de esa época de la clandestinidad. Pese a persecuciones, bofetadas y la cárcel, yo me siento muy satisfecho de haber participado en la lucha contra la dictadura, de ser uno más, sencillamente. Éramos un puñado de gente joven en favor de la democracia y la libertad de Euskal Herria.

Pero como dice, eso le llevó a la cárcel y al exilio. Primero a la prisión de Pamplona, por una ikurriña que habían exhibido en una expedición en los Andes.

-Me declaré culpable porque al fin y al cabo era yo el que la había llevado y era el único que estaba en la calle, curiosamente. Y tuve tiempo de preparar el interrogatorio en el me pedían la ikurriña, la razón de la detención. Yo les dije que la había dejado como recuerdo en el campamento, pero terminó en manos de Manuel de Irujo, porque se la entregué en Baiona. Después del interrogatorio estuve unos días en la cárcel en prisión provisional, y salí bajo fianza, que pagó un gran abertazle del Napar Buru Batzar.

Volvió a la cárcel tras una ikurriña colocada en Urbasa, y posteriormente a Carabanchel. En total, 8 meses hasta que en el juicio le condenaron a 5 meses de arresto y por lo tanto le declararon libre.

-Tuve la menor sentencia porque no tenía antecedentes, ya que no les sirvió lo de los Andes porque no había habido juicio.

En Carabanchel pasó 40 días en una celda de castigo.

-Eran celdas destinadas a los condenados a muerte. Estaban en un sótano. Te daban un colchón de paja para dormir, no tenías asiento, no tenías nada. Pero aguanté, a mí eso, la verdad, no me minó nada. Ahí estuvo también otro compañero, Mikel Erdozain, pero allí había dirigentes de Comisiones y del Partido Comunista, e hicimos una barricada para que no metieran más gente tras un estado de excepción en el Estado.

Entre los abogados que le dieron cobertura estaba Óscar Alzaga, que años más tarde presidiría el PDP, coaligado con Fraga.

-Entonces era muy joven, encuadrado en el grupo de Cuadernos para el Diálogo, gente de tipo progresista. Eran los tiempos de la democracia cristiana. El PNV estaba allí y Alzaga y otros también lo eran.

Y en 1970 se fue al exilio, a Iparralde.

-Me fui para escaparme de un tercer ingreso en prisión, iban a por mí a través de la que entonces de seguimientos a mi novia, y luego compañera. Me fui a primero a Donosti, y tomamos una decisión. Ajuriaguerra y compañía nos decían a ella y a mí que no nos fuéramos y que nos buscarían trabajo en Bizkaia o donde fuese. Pero yo quería descansar un poco, seguir luchando desde Iparralde, y ya con la idea de formar una familia. Pero la lucha siguió. Allí nos acogieron muy bien, el partido estaba súper organizado a base de dos generaciones, la de la guerra y la nuestra.

Que en la Transición hicieron un tránsito generacional parece que sin traumas.

-Eso es verdad, afortunadamente gente como Manuel de Irujo vivió unos años más y él llegó al Senado. Esa gente pudo vivirlo, yo, claro, era joven, y los que éramos jóvenes sabíamos que nos tocaba a nosotros seguir tirando del carro.

Del exilio volvió a medias en 1976 y definitivamente en 1977.

-Hubo dos amnistías, mi familia y yo volvimos con la primera, pero todavía trabajaba en Iparralde. Luego ya me dijeron que regresase, que volvía Irujo, el otro y el de la moto. Finalmente lo hice y me asenté, trabajaba en la sede del PNV. De los años de la Transición yo esperaba que iban a dar otro resultado. Por ejemplo, ante la Constitución; el PNV dijo abstención y por supuesto yo estaba de acuerdo. No era nuestra Constitución. Luego, se fue rebajando todo. Yo celebré mucho cuando salieron todos los presos de ETA y volvieron los exiliados, buenos amigos unos cuantos. Pero el tiro en la nuca y todo aquello volvió a salir otra vez. Una vez en una manifestación en el Paseo Sarasate pedíamos la ampliación de los conciertos económicos. Había miembros de HB en el Monumento a los Fueros y uno me recriminó mi presencia allí siendo independentista, y le contesté: 'Claro que lo soy, pero no lucho disparando un tiro en la nuca'. Ahora es un corderito.

Usted también conoció al PSOE en Navarra que abogaba por una autonomía que uniese Navarra y la CAV.

-Tenían la ikurriña en la sede. El primer Aberri Eguna unitario estaban los socialistas, con Urralburu y compañía. Luego dieron la voltereta, y hasta ahora.

¿Ese cambio dolió?

-Sí, porque si se llaman de izquierdas, luego resultó que empezaron con lo de la OTAN y todo esto... Al principio a Felipe González y Guerra, que estaban con su gente en París los veías con buenos ojos, porque había cierta coordinación con el PNV de allí o con más partidos de la época republicana. Pero luego yo no sé...

En los ochenta usted saltó del PNV a EA. Esa escisión fue un trauma casi familiar.

-Sí, pero yo me quedé muy a gusto, y lo sabe Garaikoetxea, y lo supo Arzalluz por el otro lado también. A veces echo en falta a Arzalluz ahora en el PNV.

¿Por qué?

-Porque Arzalluz removía conciencias, y el que está ahora de lehendakari para mí es un manso, con todos mis respetos. Yo siempre he sido de tirar para delante, pero no a lo bestia. Para mí fue un paso importante entrar en EA. Yo tiraba más por la izquierda que la democracia cristiana, y a lo que está ahora de moda con el tema de lo verde.

¿Y ahora comparte la visión de Garaikoetxea de que EA está demasiado diluida dentro de EH Bildu?

-Sí, por supuesto, y lo he debatido.

Dentro de unas semanas se cumplirán 10 años del anuncio de ETA del cese definitivo de la violencia.

-Lo recuerdo con mucha alegría. Han cambiado las caras, ha cambiado todo.

¿Cómo ve la situación de la cultura vasca en su desarrollo asimétrico dentro de Hegoalde?

-Yo he vivido los tiempos en que prácticamente la enseñanza en euskera era clandestina. Ha habido una evolución y creo que se ha salvado la lengua a tiempo, porque de seguir más años como estaba, no sé qué hubiera pasado. Se ha trabajado muy bien desde las ikastolas. Creo que hay que dar lógicamente más pasos.

Su madre era catalana. ¿Cómo observa la situación en Catalunya?

-No es suficiente el 50% de voto independentista, hay que avanzar más, como lo están haciendo en Escocia.

La montaña conecta con el conocimiento del territorio, su nomenclatura y el medioambiente. ¿En qué medida su popularización puede hacerla morir de éxito?

-No estoy de acuerdo con las novedades que han surgido como parte de la Federación de Deportes de Montaña. Con el senderismo abres las puertas a ese conocimiento del territorio de una manera muy importante para todo el público.

¿Y cuáles son esos deportes que le desagradan?

-Yo he hecho escalada, pero ahora verla bajo techo es muy distinto. Ahora todo son carreras de montaña o escalada en rocódromos. También existe bajo pared, pero por ejemplo en Etxauri está todo petado, ya no se pueden abrir más vías, y para abrirlas están cortando a ras las encinas a pie de pared. Una barbaridad. Luego la bicicleta de montaña, depende cómo, se puede llevar a gente por delante.

Ahora que padecemos tanto de estrés, ¿la montaña nos puede brindar sosiego y aislamiento?

-Ha sido mi refugio mental y físico. Yo propuse el lema 'Un día de sendero, una semana de salud'. El senderismo no tiene horario, lo que tiene son distancias, y cada uno va como quiera. Hay que aprovecharlo. Pero también últimamente con el confinamiento perimetral y el cierre de los bares hubo varios accidentes o gente que se perdió. Pedí a la Federación que se lanzase un aviso en la prensa recordando que la niebla puede hacer cambiar el monte en horas.

¿Se ha perdido algo del clima y los valores que existían en la montaña en el pasado?

-Yo creo que sí, porque en otros tiempos si había pan o faltaba vino lo repartíamos. Eso ahora no lo veo, y es una pena, porque aquella sensibilidad era natural. Ahora ves en alta montaña gente jugándose el tipo, que no ha pisado un 4.000 y ya quiere subir al Everest. En fin, en mi época esto era gradual. Me costó tres años llegar a la Mesa de los Tres Reyes. Primero hice miles, dos miles, me fui forjando porque empecé con 13 años, era un crío. Yo intento, aunque ya no participo en charlas como antes, vender ese espíritu.