Con la nueva ley se ha puesto mucho el foco en el consentimiento, pero los delitos contra la libertad sexual ya pivotaban en torno a este. ¿Es así o hay matices?

-Hay matices. Digamos que había una diferencia entre abuso sexual y agresión sexual. En ninguno de los dos casos había consentimiento, pero en la agresión había además violencia. En el abuso se presuponía que no había violencia física, entendiéndola como el uso de la fuerza física para doblegar la voluntad. Eso es lo que hoy desaparece. Se entiende que la intimidación es una forma de violencia. Es sobre lo que iba todo el debate que hubo con la violación que hubo en San Fermín -el caso de la Manada-. En un principio se les condenó por abuso, porque se entendió que no hubo violencia, pero la intimidación de ver a cinco hombres hace que no necesiten la violencia física. De esta forma el foco no se ponía en el consentimiento, sino en la violencia, y además en la violencia física.

En cualquier caso, una agresión en la que además haya uso de la violencia es castigada con mayor dureza.

-Efectivamente, es un agravante, pero sin la diferenciación entre abuso y agresión sexual. Las penas varían, pero todo es agresión sexual.

En cuanto a la cuestión del consentimiento, se da por hecho que este debe darlo la mujer. ¿No es esta una visión estereotipada? Entiendo que se parte de la base de que hombres y mujeres viven su sexualidad de manera distinta.

-Eso es real. No podemos negar que la manera de vivir la sexualidad de los hombres y las mujeres es distinta. No queremos que sea así, pero es así y se da por hecho, como parte de los roles y estereotipos sexuales, que un hombre siempre está dispuesto a mantener relaciones sexuales. Siempre se le presupone el deseo activo, la propuesta, la iniciativa. Además, si no es así, se duda de su masculinidad, no de su deseo sexual o de su cansancio después de un día de trabajo. El hecho de poner el consentimiento en las mujeres da por bueno ese rol.

Y también da por bueno el de que una mujer no lleva la iniciativa.

-Eso es. Ella es la que dice sí o no, pero no la que lo propone, no la que puede incitar, porque si hablamos de incitación, de propuesta, ya se supone que estás provocando. Eso, en una relación en la que hay deseo mutuo, puedes proponer y tomar la iniciativa. Buena parte de la educación sexual debería ir precisamente a cuestionar esos roles de género.

¿Hasta qué punto estos estereotipos y roles están presentes hoy en día en la sociedad?

-El tema del deseo es muy complejo. Tenemos una educación, o una falta de educación, tenemos una construcción social de lo que debe ser la mujer buena y dentro de esa construcción está una mujer que no tiene deseo o la mujer moderna, que es la que tiene deseo pero se cuida muy mucho de cómo, cuándo y dónde lo muestra. Claro, eso es imposible de mantener, ni ahora ni nunca, lo que pasa es que la doble moral imperante hace que el cómo vivimos realmente la sexualidad las mujeres se oculte. De lo que hablábamos antes, parece que como mujer no puedes proponer, solo aceptar o rechazar, es ese supuesto poder que te da a ti, mujer, aceptar o no aceptar. Todo esto es muy perverso, porque en realidad tú no aceptas o no aceptas libremente. Puedes tener un deseo sexual, pero si consideras que no está bien visto en el entorno en el que estás es todo muy complicado.

En líneas generales, ¿qué le parece la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual?

-Es complejo. ¿Realmente las mujeres pueden ahora decir sí o no? No va a bastar la ley para que lo puedan decir. Me parece que es una ley contra la violencia sexual, no de libertad sexual. La libertad sexual va mucho más allá del consentimiento. Es la construcción del deseo, la posibilidad de relacionarnos en igualdad, de recibir educación sexual. La libertad sexual es un campo muy amplio y la violencia sexual es una parte que la coarta. Creo que la ley en sí misma no garantiza la libertad sexual, es una ley contra la violencia sexual, que me parece muy bien que exista, porque esos hechos se deben castigar. Y luego hay juristas que la critican, pero yo no soy jurista y no me meto en los procedimientos. Vamos a ver cómo funciona y qué efectividad tiene. La ley de violencia de género nos prometía muchos avances y con el paso de los años fuimos viendo sus limitaciones.

También es una ley que avanza en cuestiones como la concienciación o formación para policías, jueces... ¿Hasta dónde llega y qué le faltaría en este aspecto?

-Tiene avances, evidentemente. Ofrece mejores recursos para las víctimas de violencia sexual y en ese sentido la obligación de que haya centros de crisis que funcionen las 24 horas es un avance para la atención de las agresiones sexuales que hoy por hoy no se atienden bien. Se atienden como mejor se pueda, pero siempre se puede hacer mejor. En ese sentido, la concienciación y la formación de los y las profesionales que atienden me parecen avances, avances importantes. Pero luego hay una serie de conductas y de cambios sociales y emocionales que la ley no garantiza. La ley no garantiza la libertad sexual.

¿Cómo tendría que ser una ley que garantice la libertad sexual?

-Es muy complejo, porque no me imagino una ley que regule los deseos sexuales. Creo que la ley no puede meterse en eso. Pero no solo la ley garantiza la libertad sexual. Se garantiza a través de avances en igualdad, romper los tabúes de la sexualidad, hablar de la educación sexual abiertamente, tener programas de educación sexual desde pequeños, no programas reproductivos y de explicación biológica de la reproducción, que es una parte, pero no basta. Ahí nos falta muchísimo recorrido. Vamos avanzando, pero tenemos que cambiar mentalidades sexuales.

Es decir, estamos hablando fundamentalmente de educación, de un cambio cultural.

-Claro. Hay que ir a la base, pero no solo en los niños y niñas, también en adolescentes y adultos. Es asombroso, por ejemplo, como los niños y niñas, estando con sus padres y madres, pueden ver una escena de violencia en la televisión, no pasa nada, pero en cuanto hay una escena de sexo se cambia. El sexo incomoda, la violencia no. Todo eso es educación. La normalización del deseo, de poder hablar sin tapujos sobre la sexualidad. Todo eso nos podría acercar a la libertad sexual.

¿Por dónde habría que empezar?

-Desde luego que vamos mal con todas las restricciones a la educación sexual en los colegios. Creo que tendría que haber mucha más educación sexual, desde todos los ángulos, no solo el coito y la genitalidad o la reproducción. Se habla más de derechos reproductivos que de derechos sexuales y es un terreno que estamos perdiendo, cada vez hay más obstáculos. También hay mucho que actuar en el plano de lo cultural y ni que decir en el plano de las fiestas.

Y ahora llega San Fermín. Hace unas semanas la ministra Montero hablaba de que no hay que generar “terror sexual”. ¿Cuál es el mensaje que hay que mandar para no contribuir a generar ese clima?

-Es un reto, porque es complicado. Ese terror, el no salgas, no hagas, cuídate... Casi haga lo que haga me van a seguir, me van a tocar, a violar. No me puedo ir con un tío que me guste si no lo conozco. Es algo que coarta totalmente la libertad. Tenemos que cuidar mucho cómo mandar los mensajes preventivos sin generar un clima de terror. Hay que construir un mensaje de prevención que no vaya sólo dirigido a las mujeres. Cuando una hija sale de fiesta se le dice ‘cuidado o llámame si quieres que vaya por ti’ Pero, ¿qué mensajes les decimos a los chicos? ¿Les decimos claramente ‘oye, no se viola, no se agrede, se respeta el ‘no’ de las mujeres’?

“Cuando una hija sale de fiesta le decimos que tenga cuidado, pero, ¿qué les decimos a los chicos?”

“Hasta ahora el foco de las leyes no estaba en el consentimiento, sino en la violencia, la violencia física”