pamplona - Hasta los años 40 del siglo pasado, cualquier infección de origen bacteriano podía acabar con la vida de una persona. Una simple herida podía agravarse y matar en pocos días. Es lo que le estaba pasando al oficial de policía de 43 años Albert Alexander cuando ingresó en Radcliffe, el hospital público de Oxford.

En diciembre de 1940 se arañó la boca mientras olía una rosa. Al poco, la infección se le extendió por toda la cara, los ojos -por lo que tuvieron que extirparle uno de ellos- y las vías respiratorias, llegando a los pulmones.

Ya desahuciado, el doctor que le trataba, Charles Fletcher, le habló de un tratamiento experimental que aún no se había probado en humanos pero sí en ratones. Fletcher colaboraba con Howard Florey, un profesor de patología de la escuela de patología sir William Dunn de la Universidad de Oxford. Florey, que había llegado a la universidad hacía cinco años, había reunido un equipo de científicos y médicos para estudiar agentes biológicos con propiedades antibacterianas, entre ellos el hongo Penicillium notatum, el mismo que estropeó los cultivos de estafilococos de Fleming.

mejoría Alexander recibió su primera dosis de penicilina el 12 de febrero de 1941. A pesar de la gravedad de su estado, el policía mejoró al día siguiente. El doctor Fletcher, con la supervisión de Florey, siguió inyectándole otros tres días, pero al quinto ya habían acabado con toda la penicilina que habían purificado en casi un año. A pesar de que recurrieron a la que pudieron recuperar de la propia orina del enfermo, Alexander acabó muriendo a mediados de marzo de 1941. - D.N.