Los odios históricos y las grandes crisis políticas tienen luengas y múltiples raíces y la actual crisis irano-estadounidense las tiene tanto o más que ningún conflicto de nuestros días.

Porque aquí se suman viejos agravios coloniales, como la presencia occidental en el Oriente Medio a cismas dogmáticos (chiíes iraníes frente a suníes), ideologías políticas incompatibles y odios personales. Sin olvidar que todo ello está sazonado por intereses políticos y una masa humana fácilmente excitable pero rara vez fiel a largo plazo.

En el caso iraní los motivos inmediatos del conflicto arrancan de mediados del siglo pasado. En esos años, Irán estaba sometido a los intereses británicos. Tan sometido que la empresa explotadora de los yacimientos petrolíferos persas -Anglo-Iranian Oil Company- pertenecía en un 75% a Reino Unido y un 25% a Irán. Un nacionalista persa, Mohamed Mossadek, se revolvió contra esta situación y obtuvo del Parlamento de Teherán la nacionalización de la citada compañía y su propia elección como jefe de Gobierno.

Las tensiones entre Londres y Teherán fueron bilaterales hasta 1953, año en que Eisenhower accedió a la presidencia estadounidense y emprendió el acoso a Mossadek por miedo a que este se decantase en la guerra fría del lado soviético. La consecuencia fue la eliminación del líder persa y la implantación de un régimen casi dictatorial en el Irán : el del sha Mohamed Reza Pahlevi.

Las durísimas represiones policiales del sha, su mal practicado reformismo occidentalista (una deplorable copia de las reformas de Atatürk en Turquía a principios del siglo XX), y el auge de la ideología de los Hermanos Musulmanes en la clerecía iraní acabaron por minar Irán de los Pahlevi. Así, en 1979 la “revolución de los bazarí” -es decir, de la clase media persa- echó al sha del trono y entregó el poder a los ayatolás, acaudillados por Ruholah Khomeini, quien durante sus años de exilio en Francia acumuló un odio infinito contra el sha y los estadounidenses que lo habían apoyado.

El odio a los norteamericanos y el desmontaje de la “Persia occidental” hermanaban bien. Pero el chiismo, arcaizante, no encajaba con la ideología republicano-socialista del movimiento de los Hermanos Musulmanes, por mucho que el actual máximo líder de Irán -Khamenei- haya traducido al persa uno de los libros de Saïd Qutb, pensador básico de la ideología de los Hermanos y su repudio total al estado sionista de Israel.

Por si faltaba algo para que la convivencia de la república teocrática de los ayatolás con el resto del mundo rayara en lo imposible, los ocho años de guerra entre Irán e Irak -que en 1980 inició el dictador iraquí Saddam Hussein- y el programa nuclear iraní, tanto militar como civil, han generado unos odios, rencores y temores que hoy en día no sabe nadie -ni en Teherán, ni en Washington, Riad, Moscú o Pekín- como resolverlo sin derramamiento de sangre.