¿Es este el final de la historia? ¿El último temblor de una ola?”, se preguntaba Virginia Woolf en Las olas. La reflexión me venía a la cabeza cuando repasaba las increíbles imágenes -fiesta, reivindicación democrática y marea humana en su justa proporción- de la Diada de Catalunya del pasado 11 de septiembre. Y también cuando esta semana observaba los actos que rememoraban la tremenda fiesta democrática del 1 de octubre de 2017 y la desproporcionada utilización que los partidos y medios de comunicación españoles han hecho de unos actos violentos protagonizados, eso sí, por una minoría -equivocada o utilizada, porque la construcción nacional o es pacífica y democrática o no se hará-, para tratar de ligar, con enorme impudor, al movimiento soberanista con la violencia.

Recuerdo cuando vi por primera vez el mar -conscientemente al menos- con 5 años en la costa vizcaína. Me impresionaron las olas. Me pareció increíble que siguieran llegando permanentemente a tierra. Una y otra vez, con paciencia franciscana. Pensé: volveré otro día, seguro que habrán terminado. Pero cada vez que volvía a la orilla del mar las olas seguían llegando. Las olas son insistencialistas, como los pueblos con memoria.

Ya de mayor, leyendo a José Antonio Artze, entendí lo de beber agua nueva de la vieja fuente, siempre agua nueva de la vieja fuente de siempre. Y entendí el movimiento cíclico de las olas y de los pueblos. Siglos después, bebemos de la misma fuente, pero el agua de nuestro tiempo. Lo mismo ocurre con las olas, parecen las mismas pero son nuevas. Aunque, eso sí, siguiendo el pensamiento de André Gide, deben su belleza a quienes las precedieron y se retiraron.

Es el caso de Catalunya. Si alguien pensaba que con el 155 se había sofocado, para siempre, su democrática reivindicación de Pueblo, estaba equivocado. Si alguien pensaba que la coalición del 155 (PP+PSOE+C’s) había logrado sus objetivos, estaba equivocado. Catalunya sigue bebiendo agua de la vieja fuente de siempre, y las olas seguirán llegando, probablemente cada vez más fuertes, más potentes, más imponentes.

Es cuestión de tiempo que la democracia acabe imponiéndose al autoritarismo. Pero, eso sí, necesitamos paciencia para imponerse a la impotencia. Pasión para imponerse a la desazón. Ilusión para imponerse al pesimismo. Despertar para vivir, para volar.

Hemos de tomar conciencia de que la falta de democracia en el siglo XXI no será como las dictaduras de siglos pasados. Seguramente, no veremos Francos, Pinochets o tanques en las calles. La falta de democracia en nuestro tiempo es inocular en la ciudadanía (catalana, vasca, etc.) que da igual su voluntad porque nada podrá ser cambiado.

Esta falla democrática ha quedado meridianamente clara, primero en Euskadi, en el año 2005, con el Nuevo Estatuto Político, y después en Catalunya. A nosotros se nos dijo que sin ETA todo era posible. Mentían. Catalunya y su procés ha sido la prueba del algodón. España teme la democracia catalana y vasca. No teme la pregunta, teme la respuesta. Y argumentar que preguntar divide -no escuchar, por tanto, uniría- no tiene ni un pase en siglo XXI.

Y a todo esto se suceden las noticias sin solución de continuidad. Hay nuevo president en Catalunya y nuevo presidente en España, pero sigue la “intervención política, económica, fiscal y policial” del gobierno español -apoyado en la coalición del 155 (PP+PSOE+C’s)- en Catalunya. Las justicias europeas (alemana, belga, suiza y británica) que desconfían, con razón, de la justicia española, niegan la extradición de los exiliados catalanes por los delitos reclamados, poniendo de manifiesto la injusticia jurídica y humana que se está cometiendo en España con los “presos políticos catalanes” en prisión preventiva. De hecho, son cada vez más las voces, no solo vascas, catalanas o europeas, sino españolas, que lo consideran un error. La última, la del ministro español de Asuntos Exteriores, el Sr. Borrell, aunque es verdad que estas declaraciones son solo retórica cuando no se compadecen con decisiones oficiales que van en la dirección contraria.

No parece ajeno a todo esto que en los estudios publicados a nivel europeo y mundial (Comisión Europea, Transparencia Internacional y Foro Económico Mundial) sobre transparencia, corrupción e independencia de la justicia, España obtenga un clamoroso suspenso.

Así, el informe Corruption Perceptions Index 2017, publicado en febrero 2018 por Transparency International, pone de manifiesto el escaso compromiso que en España se observa por la transparencia, así como los altos niveles de corrupción. En él, la posición de España en relación con la transparencia y la corrupción -57 puntos sobre 100, lejos de la media europea que está en 66 puntos- queda en entredicho. De hecho, en el ranking 2017, está a la cola de la UE y en un grupo de “pocas garantías”, precedida por Chipre y Dominica (también con 57 puntos) y seguida por Georgia, Malta, Cabo Verde y Ruanda (56 y 55 puntos). La Comisión Europea, el pasado mayo de 2018, (Cuadro de Indicadores de la Justicia en la UE 2018) coloca a España en el grupo de cabeza de los países europeos con peor percepción de la independencia judicial (49% de las y los españoles la consideran mala o muy mala), en el puesto 23 de 28. Y el World Economic Forum (WEF), en 2017, coloca a España, en el Ranking Internacional de Independencia Judicial (en su apartado Independencia del sistema judicial respecto a gobiernos, particulares, y empresas) en un alarmante puesto 58 inmediatamente después de Botswana (57), Lituania (56), Kenia (55) y Cabo Verde (54). Y, por cierto, lejos, muy lejos, de las justicias europeas que le han enmendado la plana en el caso del president Puigdemont y del resto de exiliadas y exiliados catalanes: Reino Unido (6), Alemania (24), Suiza (4) o la denostada Bélgica (20).

En fin, que es no solo un error jurídico-político, sino una vergüenza democrática, que esta gente esté en la cárcel o en el exilio. Y nos recuerda que Catalunya está ahí, esperando una solución, que pasa por conocer -y no por prohibir- su pronunciamiento democrático. Y sí, si alguien piensa que esto se había acabado? no, esto no ha hecho más que comenzar. Por muchas encuestas sociológicas en las que se trate de reflejar una y otra vez el desplome del “soberanismo” vasco y catalán, con amplia cobertura mediática, el sentimiento de pertenencia a un pueblo propio y diferenciado seguirá ahí como “cráter bajo el lago”, en acertadas palabras de Victor Hugo.

En este escenario, la defensa democrática del ejercicio del Derecho a Decidir -el Derecho a Decidir del Pueblo Vasco o Catalán existirá en tanto existan como pueblos y solo desaparecerá si desaparece el pueblo- se configura como el elemento estratégico de futuro. Derecho en el que cabemos los que legítimamente queremos, para Euskadi o Euskalherria, un proyecto propio y diferenciado y quienes quieren, también legítimamente, un proyecto dentro de España. Se trata, pues, de defender la democracia, más allá de la nación o la independencia.

Y sí? llegarán más olas.

* Lehendakari 1999-2009 (Agirre Lehendakaria Center)