Queridos Reyes Magos de Oriente, a vosotros que repartís ilusiones y sonrisas un día al año, quiero dedicaros la primera carta de 2019. Mi fe europeísta es ilimitada, pues, se basa en la irrefutable prueba de las bondades del proyecto común emprendido por los europeos a raíz del Tratado de Roma de 1957. Paz y progreso es una combinación con poco espacio temporal en nuestra historia. Las guerras dinásticas, comerciales, religiosas, territoriales o ideológicas han sembrado nuestros campos de cadáveres de millones y millones de europeos anónimos, que dieron sus vidas por conflictos generados desde los poderes establecidos. Lo que hoy llamamos Unión Europea, primero Comunidad Económica Europea y después Comunidades Europeas, es el mayor logro democrático de cesión de soberanías de viejas naciones, que jamás haya visto la Humanidad. ¿Cómo no creer entonces en ella? Pero esa fe no es dogmática, requiere de una reflexión y un debate continuo para que el compromiso se renueve y no caigamos en la inercia de una UE que no nos representa, ni nos interesa.

Una Europa más entendible A Su Majestad Melchor le pediría que cambie el oro por la comunicación. Necesitamos que el funcionamiento de las instituciones de la Unión sea más entendible para el común de los europeos. Sé que no le resultará fácil explicar lo complejo con sencillez. Las decisiones sobre temas cada día más tecnificados y mediante mecanismos de gobernanza basados en los equilibrios entre los Estados miembros están alejando a los ciudadanos de Bruselas. Cuando algo no se comprende, no se comparte y de ahí parte el principal problema que hoy tiene la UE. Nadie dice que la Comisión, el Consejo o el Parlamento estén ungidos por la infalibilidad, se equivocan como cualquier obra humana. Pero no reside ahí el problema, sino en la desconexión de estos entes de gobierno de sus gobernados. Si en el recóndito poniente al sur de Galicia, en mi pueblo de O Grove, sus vecinos no entienden por qué se toman decisiones sobre sus cuotas pesqueras en despachos de tecnócratas en Bruselas, a miles de kilómetros de sus dornas, sin tener en cuenta sus opiniones, es imposible que esos pescadores se sientan europeos. Pero es que no es cierto que ellos no pinten nada en el debate, sencillamente, nadie les ha explicado cómo se toman las decisiones y los principales responsables son sus políticos más cercanos, es decir, su alcalde, su conselleiro o su presidente de la Xunta.

Una Europa más simbólica A Su Majestad Gaspar, portador de incienso, le sugiero que bajo ese clima humeante nos proporcione más identidad común. A la UE le falta sentimiento y pasión en su relato, exactamente en la misma proporción que le sobran a las naciones que la integran. No se trata de ser menos francés para ser más europeo, solo debemos ser más europeos, sin contraponerlo a ningún otro sentido de pertenencia. Para ello se precisa de simbología, de épica, en definitiva, de una cultura común en la que educar a los niños y jóvenes europeos para que su fe europeísta se afiance por décadas. El mero hecho de que el Día de Europa no sea fiesta nacional en la mayoría de los Estados de la Unión, nos dice todo del escaso nivel de identidad que la integración europea ha alcanzado. Pero de la misma forma que todas las religiones tienen profetas o apóstoles, Europa necesita líderes capaces de cantar las bondades de una Europa unida. Y no me refiero solo a los liderazgos políticos, que también, esos son condición necesaria, pero no suficiente, estoy pensando en referentes de todo tipo, artistas, deportistas, científicos, filósofos? y un largo etcétera de personalidades en las que por una u otra cualidad, nos sentimos identificados como ejemplo a seguir.

Una Europa más social Y a Su Majestad Baltasar, mirra en mano, entenderá que le encomiende la tarea más complicada hoy por hoy del proyecto europeo. Si Europa no centra sus políticas en las personas y sigue resolviendo estrictamente los temas macro, sean económicos o geopolíticos, no será creíble para sus ciudadanos. Una tarea que tiene retos internos y externos. Dentro precisamos poner el énfasis en los derechos de las personas. Esa gente que hoy tiene miedo a la incertidumbre que le rodea y que debe sentir que la UE le garantiza la supervivencia de su Estado del bienestar para poder seguir disfrutando de una vida con un trabajo digno y unos servicios públicos a la altura de su contribución. Hacia fuera nos enfrentamos a la obligación de dar refugio y asilo a todo aquel que ve dentro de nuestras fronteras la justa aspiración de sobrevivir. Necesitamos a los inmigrantes para poder seguir creciendo como proyecto y debemos integrarlos como europeos provengan de donde provengan. Levantando muros en nuestras fronteras lo único que estaremos haciendo es enterrar nuestro futuro en nuestros pánicos presentes a costa de muchas vidas inocentes. Sé que todo esto solo se lo puedo pedir a aquellos que dejaron todo para seguir el rastro de una estrella fugaz. Pero sería bueno que cada uno de nosotros reflexionara sobre lo mucho que nos jugamos con la pervivencia de la Unión Europea para pensarnos si no debiéramos hacer el regalo de defenderla día a día.