Los motines y las tramas maquiavélicas de la nueva casta se pergeñan entre cañas de cerveza. Hasta ahora, la casta auténtica acostumbraba al mantel de hilo del reservado para sus contubernios. Francisco González, en cambio, siempre ha preferido las sucias alcantarillas del espionaje para consumar sus arteras ambiciones. Así surgen las puñaladas traperas capaces de dinamitar Unidos Podemos, comprometer el poder de la izquierda, reunificar una nueva derecha sin escrúpulos doctrinales y ruborizar hasta el límite de la exasperación con hechos deleznables a una sociedad descreída del poder financiero. De la manera más torticera, España alimenta la incógnita sobre su estabilidad en un contexto minado por la consistencia de un Gobierno sin amparo, en vísperas de un juicio descarnado contra los líderes del procès y ante los primeros estornudos del teórico crecimiento económico.

Arde Madrid. El Congreso sigue cerrado por vacaciones pero nadie lo echa en falta. La mecha está prendida por las cuatro esquinas de la capital, regadas de gasolina. Nada como la bomba de relojería de Iñigo Errejón para contribuir a la conmoción. Iba caminando la semana por las tuberías pestosas de Francisco González y su cualificado esbirro Villarejo hasta que la mente más estratégica de Podemos decidió despojarse , solo o en compañía de Manuela Carmena, de la incómoda soga que le oprimía desde su derrota en Vista Alegre II. Por una vez, el poder económico de Neguri y La Finca madrileña y los voluntaristas círculos creados tras el 15-M para el asalto a los cielos comparten momentos de abatimiento e indignación. No hay espacio para la tranquilidad en un país de rencores, orgullos y mezquindades. La izquierda no para de desangrarse en el arranque de un decisivo año electoral mientras Aznar rearma complacido a sus ahijados. En Andalucía, Susana Díaz y Teresa Rodríguez siguen sin enterarse de las auténticas razones de su descalabro y en Ferraz es una voz en grito el deseo incontrolable de decapitar políticamente a la nueva jefa de oposición. Para disimular su hecatombe, las derrotadas rescatan los fantasmas maniqueos de Franco, los señoritos y fletan autobuses para advertir de que efectivamente los derechos sociales corren peligro. Ni una idea fresca para cuestionar a un gobierno que no tardará en mostrar las grietas de sus contradicciones. En paralelo, Errejón y Carmena han disparado sorpresivamente las alarmas, convencidos de su autosuficiencia carismática en un gesto de indudable corte personalista pero que envuelve una interpretación de largo alcance. Las elecciones locales y autonómicas de 2019 pasan indefectiblemente por la suerte de Madrid. A partir de ahí, este resultado condicionará la suerte de las próximas generales.

La maniobra de la nueva pareja política compromete la unidad de la izquierda. Hubiera bastado que Iglesias abandonara a su suerte a los dos puñados de seguidores de Alberto Garzón en IU para que Errejón templara su venganza. El futuro de Unidos Podemos se ensombrece. Las escisiones en cascada en varias autonomías y el desmarque de las mareas gallegas debilitan una opción que ni siquiera sabe cómo encontrarse entre su aturdimiento. Ante semejante estado de zozobra y ausente su líder por baja paternal, toda elucubración sobre el futuro de esta coalición es un ejercicio voluntarista de prestidigitación y futurismo.

Pedro Sánchez, en cambio, no deja que la realidad menos favorable merme su natural optimismo. El presidente empieza a convencerse de que se está gestando un caldo de cultivo favorable al diálogo con el independentismo catalán y que se le premiará el desgaste. De momento, solo lo intuyen sus más próximos donde toma cuerpo la ideas de que puede haber Presupuestos en el último suspiro. El resto de sus adversarios se frotan las manos con el rédito electoral de Catalunya y que se identifica en la progresión mediática de Vox. El PP, en su enésima refundación, busca el entendimiento imposible entre vencedores y vencidos, halcones y aranzadis, entre Aznar y Rajoy y, quizá, entre Feijóo y Casado. Otro bocado falangista en mayo comprometería a la nueva dirección. Para entonces se sabrá si hay arrestos para forzar la judicialización de las deplorables tropelías de Francisco González, ese avieso gallego ultraliberal bendecido por Manuel Pizarro, hierático ante las sórdidas puñaladas que siempre encomendó a otros para no salpicarse.