El pasado 1 de febrero entraba en vigor el JEFTA, el Tratado de Libre Comercio entre la UE y Japón. El acuerdo es el más importante en volumen nunca firmado por la Unión Europea, pues Japón y la UE suman el 30% del PIB mundial con más de 20 billones de dólares y creará un bloque comercial integrado por 600 millones de personas, equivalente en volumen al NAFTA, el establecido en Norteamérica entre EEUU, Canadá y México. Se trata, por tanto, de un enorme golpe de efecto a favor del libre comercio frente a las políticas proteccionistas defendidas por Donald Trump. Pero pretende ser mucho más que un acuerdo comercial, se trata de una alianza estratégica de largo recorrido entre dos civilizaciones que aunque alejadas, han encontrado puntos de encuentro básicos en el proceso de transformación producido por el cambio disruptivo tecnológico que vivimos y en la introducción del modelo de producción y consumo de economía circular como solución para garantizar la sostenibilidad del planeta.

Para entender el calado del Tratado sirva como mejor prueba un repaso a las cifras que concita. Hay que partir de la base que el volumen de exportaciones entre la UE y Japón ya es importante: la UE exporta a Japón 58.000 millones de euros en bienes y 28.000 millones de euros en servicios anualmente. Respecto a los obstáculos que remueve destacan la desaparición de los elevados derechos de aduanas japoneses -casi el 40% sobre carne de vacuno, hasta un 30% sobre el chocolate, un 15% sobre el vino y hasta un 40% sobre el queso-. Y también se eliminan normas japonesas que eran de difícil aplicación para los europeos, por ejemplo, los procedimientos para autorizar cada variedad de fruta, que eran largos y costosos. El acuerdo supone por parte de Japón el reconocimiento de 200 especialidades europeas certificadas y protegerá así a los agricultores y ganaderos europeos en sus exportaciones. Además, abre el mercado japonés a las empresas europeas de servicios, que podrán participar en más contratos públicos en Japón.

Como en cualquier acuerdo, se busca el win to win, por lo que el beneficio recíproco que recibe Japón se centra en la alta capacidad tecnológica e innovadora de su industria. Los consumidores europeos tendremos acceso a productos japoneses libres de aranceles, lo que va a suponer un importante desafío competitivo para la industria europea. Un reto que tiene mucho que ver con los hábitos de compra en una y otra área. Japón representa un mercado en el que autoconsumo de productos nipones forma parte de la cultura del país. Ganarse la confianza de un mercado orgulloso de su producción nacional, requerirá inversión en tiempo y en dinero para las empresas europeas, pero sobre todo, un espíritu de colaboración mutua, que es el espacio donde todos podemos ganar más. Se estima que por cada 1.000 millones adicionales de exportaciones europeas a Japón, se pueden crear 14.000 empleos en la UE.

Pero, indudablemente, lo más novedoso del acuerdo firmado tiene que ver con los conceptos de respeto al medio ambiente y el tránsito hacia sociedades automatizadas mitigando el impacto social mediante la economía circular. Tanto Japón como la UE han abanderado en las dos últimas décadas la vanguardia de las sociedades industriales del planeta por cumplir compromisos de sostenibilidad. Una ciudad nipona, Kyoto, es un símbolo mundial en este sentido. Desde la Cumbre de 1997, hemos ido con posiciones alineadas a las sucesivas citas que tratan de frenar el desastre medio ambiental que supone el cambio climático. De ahí que el acuerdo ponga especial énfasis en propiciar el crecimiento de tecnologías verdes, sin aumentar la demanda de energía, ni las importaciones de combustibles fósiles. El terreno político ya está sembrado, tenemos normas que favorecen la colaboración con un país líder en calidad industrial, ahora toca recorrer el camino de instituciones, empresas, universidades y, sobre todo, del conocimiento humano en común.