Cómo olvidar aquel verano de 2018. Pablo Casado, el chico bien de la derecha que iba a devolver al PP a las esencias aznaristas, preparaba su asalto a Génova en el laboratorio aberzale-maoísta que es Navarra, el mejor sitio a falta de elecciones en la CAV o Catalunya donde poner en práctica esa estrategia contra los "desleales" y enemigos de España que tan buenos resultados le dio en las últimas elecciones generales. Casado, que recibió desde bien pronto el apoyo de Ana Beltrán, visitó el cuartel de la Guardia Civil de Alsasua, dio un paseo por el casco antiguo de Pamplona en plenos Sanfermines y un poco más tarde, ya en la presidencia del PP, intentó dar una entrevista a Eduardo Inda en el bar Koxka de Alsasua qué puede salir mal, pensarían. Iba tan a tope en su objetivo de laminar a "batasunos" y "chavistas" que llegó a comparar el casco antiguo de Iruña con el gueto de Varsovia. Sí, sí, el gueto de Varsovia, ese lugar donde los nazis hacinaron a medio millón de judíos antes de mandarlos al campo de exterminio de Treblinka. Sin nadie al volante e intentando adelantar por la derecha a Vox, Casado se metió un piñazo tan bestia que todavía anda reubicandose. Y ha ido a parar, qué sorpresa, al centro, ese sitio del que el PP, dijo, nunca se ha marchado. ¿O es que había alguna duda?