Desde el cambio de hora hasta la política migratoria pasando por la relación transatlántica. La UE saliente pasa el testigo de la nueva cúpula con varios flecos pendientes. En este reportaje se explica en qué punto se encuentran las asignaturas que tiene que afrontar la UE, en cuyo epicentro está la reforma de la Eurozona y del Reglamento de Dublín.

El cambio horario ha sido uno de los breaking news de esta legislatura. En septiembre de 2017, la Comisión Europea anunciaba su deseo de poner fin al cambio de hora en los estados miembros en 2019. El Parlamento Europeo rubricó poco después la propuesta, pero el Consejo Europeo la ha puesto en la nevera. Todavía no hay acuerdo entre las capitales europeas sobre esta medida con Portugal liderando esta oposición a mover las agujas del reloj. Así, la decisión formal se antoja lenta. Los estados miembros no tienen prisa en fijar una fecha límite y las negociaciones con el Ejecutivo comunitario y la Eurocámara se prevén sin prisas. Acordar una posición común será, por tanto, uno de los testigos que recoja la nueva UE.

Política de Asilo Común Ha sido uno de los caballos de batalla de estos cinco años. Poco después de las elecciones europeas de 2014, Europa se plantaba en una crisis de refugiados que ha sido incapaz de gestionar. En 2015 llegaban un millón de refugiados y solicitantes de asilo a sus costas. Los países de primera línea, especialmente los del Sur, soportaban buena parte de la carga. De forma paralela, otros, principalmente del Este, endurecían su discurso contra la inmigración. La solidaridad y responsabilidad a las que apelaba Bruselas se fueron derrumbando hasta transformarse en diferencias insalvables en las capitales europeas.

El legado de este año es el de la parálisis. La próxima Comisión tendrá que impulsar una agenda migratoria capaz de desencallar el Reglamento de Dublín, pilar básico de la Política de Asilo Común. El mecanismo establece que el primer país de llegada de un solicitante de asilo es el que debe gestionar su proceso. Tras 2015 se ha mostrado obsoleto porque el peso solo recae en países con frontera exterior.

Ampliación La UE de estos cinco años ha sido una Unión incapaz -por temor o pragmatismo- de poner fin a la adhesión oficial de Turquía, que tras la purga de su presidente Recep Tayyip Erdogan ha dejado de cumplir los Criterios de Copenhague, es decir, las condiciones mínimas que cualquier país candidato a formar parte de la familia comunitaria debe cumplir. Bruselas y Ankara han jugado durante los últimos años al gato y al ratón, y ambos saben que su relación camina hacia un Acuerdo de Asociación y no hacia una fusión completa. Pero, tras el acuerdo migratorio, Erdogan juega la carta de acoger a tres millones de sirios, que por otro lado marcharían al Viejo Continente. Los próximos cinco años podrían cerrar de facto la adhesión turca.

En el otro lado, se encuentran los Balcanes Occidentales, que, ante la cada vez mayor presencia de China y Rusia en la región, han acelerado el apetito europeo para allanarles el camino. El que hasta hace poco había sido el patio trasero de la UE ha hecho importantes reformas supervisadas por la Unión durante esta legislatura. En su testamento europeo, Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, deja escrito que los países balcánicos que estén preparados formen parte de la Unión antes de 2025. Los mejor posicionados son Montenegro y Serbia, que debería, para ello, resolver sus disputas con Kosovo.

Reforma de la zona euro Otra de las asignaturas que quedan pendientes es la reforma de la Eurozona, una de las grandes ambiciones de Emmanuel Macron, presidente de Francia, que se ha ido desinflando con el paso de los meses por la negativa de Alemania, como quedó patente en la cumbre de diciembre.

Los socios de la moneda única tienen todavía que hacer los deberes para culminar la reforma del euro con el objetivo de lidiar con las crisis futuras y minimizar su impacto en los ciudadanos a través de la creación de un fondo de garantía de depósitos comunitario y de un presupuesto de la zona euro, que se resisten a concretarse. El Estado español, por su parte, ha desempolvado la id ea de crear un seguro de desempleo europeo.

El impasse de la reforma del euro coincide además con su veinte aniversario y con un momento de desaceleración económica.

Relación transatlántica Son tiempos sin precedentes. Así lo reconocía hace unos días Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores, en Bruselas. La relación transatlántica nunca antes en la historia reciente ha despertado tanta desconfianza. La Comisión Juncker selló hace justo un año una tregua en la guerra comercial declarada por Donald Trump, presidente de Estados Unidos, al acero y al aluminio europeo.

La Comisión saliente lo hace con la sombra del padre de todos los aranceles: los automóviles europeos. La Casa Blanca acaba de demorar la decisión seis meses, pero de dar el paso, las consecuencias serían imprevisibles. La UE ya ha preparado una lista de productos norteamericanos con los que contestaría a esta nueva bofetada del que hasta hace poco era su socio más fiable.

Política exterior Una de las grandes propuestas que deja el Ejecutivo saliente es la de poner fin a la unanimidad que tantos dolores de cabeza ha dado a Federica Mogherini, Alta Representante de Exteriores de la UE. De aprobarse esta medida, las decisiones de Política Exterior dejarían de requerir absoluto consenso y podrían salir adelante con mayoría cualificada. Los temas de Política Exterior suelen despertar los mayores recelos y divisiones entre las capitales comunitarias.

Cada Estado miembro tiene sensibilidades históricas e ideológicas, además de culturales y comerciales muy diferentes. Por ello, es frecuente que declaraciones, comunicados o condenas no vean nunca la luz o se rebaje mucho su tono. Así se ha atestiguado recientemente con Venezuela, Israel o Rusia. La batuta para enterrar la unanimidad está ahora en los países y para llevarlo a cabo no sería necesario cambiar los Tratados, ya que contemplan esta posibilidad.