MADRID.- El 25 de julio de 2019 será recordado en el Congreso como otro de los muchos "días históricos" que vive esta Cámara, en este caso porque fue la jornada en la que Pedro Sánchez se convirtió en el primer candidato a la Presidencia del Gobierno con dos investiduras fallidas.

Quién se lo iba a decir a Sánchez la noche del 28 de abril, cuando con una amplia sonrisa salía al exterior de la sede del PSOE para celebrar su holgada victoria con los simpatizantes que plagaban la calle Ferraz.

Un semblante muy distinto, diametralmente opuesto, al de su decepción este jueves cuando ha visto como 'su socio' Pablo Iglesias volvía, como en 2016, a tumbar su investidura.

Entre esas dos imágenes han pasado tres meses, un tiempo relativamente corto para muchas otras cosas excepto para la política española, sumida en una vertiginosa sucesión de acontecimientos que han llevado al desenlace de hoy.

Aquella noche de abril Sánchez, el primer presidente de la democracia que había llegado a La Moncloa con una moción de censura -también en eso es pionero-, apuntalaba su liderazgo ganando las elecciones generales con holgura frente a sus rivales, aunque con una mayoría insuficiente para gobernar sin apoyos.

La fuerte distancia en votos y escaños que separa al PSOE del resto de grandes partidos ha sido en todo momento su argumento para defender la posición que ha mantenido buena parte de estos noventa días: un Gobierno en solitario y de "cooperación", pero nunca coalición, con su socio preferente, Podemos.

Una tesis que quiso afianzar tras la nueva -y triple- victoria en las municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo, que le sirvió a Sánchez para presentarse como un líder armado de razones para gobernar solo.

Siempre esgrimía, en cualquier caso, otra razón, la de que la coalición no daba mayoría absoluta y solo suponía un impedimento para llegar a acuerdos con todos los demás.

En todo este tiempo, Pedro Sánchez ha desoído los reproches que le hacía Pablo Iglesias acusándole de actuar como si tuviera mayoría absoluta, y no ha dejado de defender su fórmula hasta casi el final del proceso.

Porque no fue hasta la semana pasada cuando aceptaba negociar un Gobierno de coalición, aunque poniendo por delante el veto entre los vetos: en dicho Ejecutivo no podía estar Pablo Iglesias.

Una condición que para sorpresa de muchos, incluido probablemente el propio Sánchez, el líder de Unidas Podemos aceptó un día después, renunciando a estar en el Ejecutivo y abriendo el camino a negociar.

Tras un más que silencioso fin de semana en el que las partes no dieron cuenta de lo que negociaban -eso lo hemos sabido todos después- llegaba por fin el debate.

Sánchez sorprendía a propios y extraños, a rivales y presumibles socios, con un discurso muy centrado en el programa, en el que solo hizo una llamada a Podemos para el acuerdo mientras seguía pidiendo, por la derecha, la abstención del PP y de Ciudadanos.

Dejaba claro, al fin y al cabo, que la cosa no iba bien. Y no tardó Iglesias en confirmárselo a todo el hemiciclo.

Tras aquel duro cara a cara entre ambos y tras la primera y esperada votación fallida llegó el último intento en las negociaciones. El desenlace ya es sabido: fracaso total.

Muchos se preguntan dónde está, y si de verdad existió en algún momento, aquella química con Sánchez de la que presumía Iglesias. Porque lo del lunes y este jueves es cualquier cosa menos entendimiento.

En Unidas Podemos hablan de septiembre, pero en el PSOE el discurso es otro. Ya lo dijo muchas veces el candidato y su partido, puede que no haya una segunda oportunidad.

Por eso da la sensación de que cuando Sánchez ha dedicado sus últimas palabras en el pleno a la ciudadanía, prometiendo que pase lo que pase "España puede contar con el PSOE para unir a la sociedad y nunca para enfrentarla" parecía estar lanzando su primer mensaje de precampaña.

Precampaña. Parece mentira, pero es perfectamente posible.

Así que Pedro Sánchez, que tanto presume de su capacidad de aguante frente a unas y otras adversidades, que hace de la resistencia su bandera, tiene por delante otra prueba que superar.

Ya veremos si es un nuevo intento de investidura o una cita con las urnas que ningún partido dice querer y que desde luego van a caer como un jarro de agua fría sobre buena parte del electorado, cansado.

Tras la sonrisa del 28 de abril y la decepción del 25 de julio, es difícil prever cuál podría ser el semblante de Pedro Sánchez tras unos comicios del 10 de noviembre. Porque eso no hay encuesta que lo vaticine.