so de la nueva normalidad está siendo un desastre. Los tres meses de confinamiento general y riguroso desembocaron en una salida en tromba que confirmó lo que muchos sospechábamos, o sea, que buena parte del personal nunca acabó de tomarse en serio la amenaza del coronavirus ni el riesgo cierto del contagio. Fueron tres meses diferentes, raros, que transcurrieron entre videollamadas, aplausos a las ocho y compras on line, a la espera de que el doctor Simón abriera la puerta. Fueron tres meses en los que muchos insensatos ya apuntaban maneras, los perros fueron más paseados que nunca, se organizaban excursiones al súper, a la panadería, al estanco, a la farmacia o al banco. Fueron tres meses de picaresca en los que muchos irresponsables incumplieron las advertencias sanitarias a la trampa y sin inmutarse, eso sí, puntuales al aplauso y al resistiré. Poco se vio durante el confinamiento a patrullas de vigilancia, o a quienes correspondiese meter en vereda a los desaprensivos para proteger a los que pudieran acabar siendo víctimas del contagio transferido por tanto escapista fullero.

Sumidos ya, como estamos, en este fracaso colectivo que va sumando contagios día a día, podemos comprobar que persiste esa macabra picaresca a pesar de que quienes mandan ya han pasado de las recomendaciones al imperativo legal. Y es que tiene tela eso de que haya personal dispuesto a cumplir sólo cuando se le toca el bolsillo con la multa.

Ya parece que todo está claro, que el mando único ha acotado el marco en el que debemos movernos para frenar esta maldita escalada que nos retrotrae a los peores momentos de la pandemia. Ya no es consejo, es una orden; llevar mascarilla y llevarla bien, guardar distancia, no al botellón, no al ocio nocturno€ en fin, todo un código para cambiar de costumbres, aunque con la puerta falsa de dejar en recomendación lo de no agruparse más de diez.

Visto lo visto, la recomendación se la pasarán los de siempre por donde te dije.

Pues bien, quien esto firma, que por considerarse persona de riesgo ha cumplido y cumple lo que debe cumplirse, y es por su bien, está harto de escuchar quejas y señalar culpables. Hay que reconocer que quienes se quejan de los incumplimientos suelen tener razón dirigiendo por lo general sus dardos hacia millennials alocados y garrulos todoterreno acostumbrados a la indisciplina porque a mí nadie me manda. Pero la misma razón tienen, o más, cuando se quejan de que nadie se ocupa de hacer cumplir lo que dicen que hay que cumplir. Lo que digo puede no ser políticamente correcto, pero no estamos para florituras. Digan lo que digan de no sé cuántos miles de denuncias impuestas, ni quien esto escribe ni el montón de vecinos con quienes ha cruzado comentario han visto con sus propios ojos intervención alguna para impedir que el personal se arracime en las terrazas, ni llamando la atención -o multando, qué coño- a los de la mascarilla ausente o bajo la nariz, ni a los amontonados en alegre biribilketa por terrazas, playas, plazas y parques.

Ertzain-tza, Policía Foral y policías municipales parecen estar a otra cosa, o quizá no tienen claro su papel en este momento tan delicado. Se desconoce, si es que existen, planes concretos de actuación policial tanto para impedir y sancionar las infracciones como para rastrear en las redes posibles convocatorias transgresoras. Sorprendente inhibición cuando se trata de delitos contra la salud pública.

No deja de sorprender que en la rueda de prensa en la que se anunciaron las medidas de obligado cumplimiento para el actual estado de emergencia sanitaria en la CAV compareciesen las consejeras de Salud, Educación y Desarrollo Económico pero no la de Seguridad, precisamente la encargada de hacer cumplir esas medidas. Hemos entrado en una fase crítica en la que se exige a la ciudadanía importantes sacrificios por el bien de todos, después de haberse comprobado el desastre al que hemos llegado por la tendencia a la trampa y a la indisciplina de una minoría, quizá no tan minoritaria. Sólo queda cumplir las obligaciones que pueden salvarnos del precipicio y que actúen quienes por oficio deben velar por que se cumplan.

Persiste esa macabra picaresca pese a que quienes mandan ya han pasado de las recomendaciones al imperativo legal

Se desconoce, si es que existen, planes concretos de actuación policial para impedir y sancionar las infracciones