os líderes de Serbia, Macedonia del Norte y Kosovo han acentuado en las últimas semanas la presión diplomática visitando Bruselas para intentar impulsar sus perspectivas de ingreso en la Unión Europea. También Bosnia-Herzegovina ha desarrollado tal actividad. Y a su vez, la UE da dado luz verde a la negociación para las adhesiones de Albania y Macedonia del Norte. Borrell ha trasladado a todos los líderes de la zona, en particular a los de Bosnia-Herzegovina, un mensaje claro y rotundo sobre la inviabilidad de cualquier propuesta de redibujar las fronteras.

El mensaje de la Comisión Europea intenta despejar los fantasmas de la historia que recorren de nuevo los Balcanes, esta vez en forma de textos anónimos puestos en circulación entre medios diplomáticos y gubernamentales para impulsar una reconfiguración de las actuales fronteras. El primer informe oficioso y anónimo planteaba la integración de la mayor parte de Kosovo en Albania, la disolución de Bosnia-Herzegovina y su reparto entre Croacia y Serbia, dejando solo el territorio bosniaco (musulmán), cuyos habitantes tendrían que optar entre la UE y Turquía. Otro texto similar aparecía la semana pasada en la prensa kosovar y planteaba la creación de una región autónoma en el norte de Kosovo para la población serbia del país.

Los papeles han coincidido, además, con las tensiones en Bosnia-Herzegovina, donde la entidad serbia (la República Srpska) ha planteado en las últimas semanas una propuesta política para una disolución pacífica del país.

Es fácil recurrir al simplificador y demagógico sistema del maniqueísmo: los buenos y los malos. En el caso de Kosovo se demonizó a Serbia y la ideología supuestamente pro soberanista vino a exigir que los malos, es decir, los serbios, consintieran la autodeterminación de sus minorías. Unos meses más tarde, en el conflicto de Osetia que enfrentó a Rusia y Georgia, los "buenos" (Georgia) pasaron a ojos de los mismos observadores a tener el derecho y el deber de defender su integridad territorial frente a "artimañas separatistas", y no se dudó en legitimar el brutal ataque de Georgia sobre Osetia del Sur.

EE.UU. actuó, como siempre, de forma pragmática e interesada, atendiendo a la geopolítica de las bases militares y al control del tráfico de armas, y tardó solo 24 horas en reconocer al nuevo Estado Kosovar. Resultó patética, en la distancia, la afirmación del expresidente Bush cuando en su visita a Albania afirmó, en relación a la reivindicación independentista Kosovar, que cuando las negociaciones se prolongan necesario es necesario decir "basta". ¿Y que deberían pensar entonces los palestinos o los saharauis, tras años de infructuosa lucha por recuperar su territorio y su dignidad como pueblo?

Los Acuerdos de Dayton en 1999, refrendados mediante la Resolución 1244 del Consejo Seguridad de Naciones Unidas, reconocían explícitamente la histórica soberanía de Serbia sobre Kosovo. El resultado de la precipitación diplomática fue el logro de una independencia simbólica, un triste sucedáneo de soberanía que naufraga entre la miseria, la bomba social de una sociedad tejida de redes mafiosas y la práctica ausencia de actividad productiva-industrial. ¿Dónde quedaron los 100.000 serbios que vivían en suelo Kosovar?

Lo cierto es que Kosovo creó un precedente -algo que no ocurrió con Montenegro, porque ya estaba previsto en los acuerdos de Dayton-: si el 90% de las personas que viven en Kosovo son albaneses deseaban la independencia y la lograron, lo mismo podría decirse dentro de Bosnia respecto a la Republica Sprska, donde cerca del 90% son serbios. La realidad es que de nuevo el cuestionamiento de las fronteras balcánicas pone de manifiesto el riesgo de creación de Estados anclados en criterios étnicos, algo tan peligroso como poco edificante.

Es fácil recurrir al simplificador y demagógico sistema del maniqueísmo: los buenos y los malos

El cuestionamiento de las fronteras balcánicas plasma el riesgo de crear Estados anclados en criterios étnicos