yer Pedro Sánchez, si es que es mortal, tuvo que tener algo de dolor de cabeza, flojera y un poco de escalofrío. El viernes le inocularon la segunda dosis de la vacuna de Pfizer y la constatación de que el sistema inmunitario responde es precisamente la presencia de algún síntoma fruto de la reacción que se pretende obtener. Como una gripe leve de veinticuatro horas. Aun así se dedicó a hablar, uno por uno, con los ocho expulsados de Moncloa, siete ministros más su director de gabinete. Cuando hoy se lean los cientos de interpretaciones que sugieren los cambios, todas ellas se podrían reducir a una sola: quiere ganar las elecciones del 2023. Las cosas no han ido bien en los últimos meses, hasta el punto de que el consenso de las encuestas señala que un insípido Casado, con esa media sonrisa desprendida que no se sabe qué quiere decir, ya está por encima en expectativa de voto. Aquí lo hemos contado: en política hay un fenómeno parecido al de los aviones que pierden sustento en las alas y empiezan a caer en barrena. Es muy difícil recuperar la estabilidad y el rumbo, pero el piloto lo ha de intentar. El pasaportado gabinete de Sánchez mostraba el aspecto de un club de diletantes, sin orden ni concierto. La manera de restablecer cierto esquema de coordinación y mando en plaza parece consistir ahora en crear dentro del Consejo de Ministros tres grupos, como un patchwork deliberadamente heterogéneo. El de los que van a poder despachar con Sánchez (Bolaños, Calviño, Marlaska, Iceta y Albares), el de los que sólo le verán los martes en la mesa del Consejo (principalmente, las recién llegadas alcaldesas, además de Ribera y Robles) y el de los de UP, que ya se sabe que son como otro mundo, a los que se acaba de dispensar el mayor ninguneo posible, dejándoles tranquilos en su cuchitril hablando de chuletones y recreándose en sus neolenguas. Sánchez necesita como sea recuperar el control de la agenda política, poder ser él quien haga olvidar el drama que llevamos viviendo desde principios del año pasado, en el que tantos errores y falta de previsión han acabado por cuartear sus expectativas. Para esta nueva singladura suelta lastre y prescinde de los más vulnerables, un Ábalos o una Calvo, que también eran los que tenían un mayor perfil político propio. Tampoco hacen falta trayectorias profesionales o académicas rutilantes para llegar a ministro: se puede ser el titular de Educación siendo maestra sin casi experiencia, o de Ciencia con apenas unos años trabajados en una ingeniería desconocida. Page, Lambán y Puig habrán de preocuparse por su futuro, con eventuales sustitutas pisando desde mañana mismo sendos ministerios. En espera de los fondos europeos, Calviño asciende hasta una posición mucho más política, a pesar de que ha sido la única que llevaba meses diciendo que se quería ir y un par de veces amagó con la dimisión. Quienes fueron responsables de las últimas decisiones sobre Cataluña desaparecen del proscenio, señal de que todo está ya encarrilado: el de Justicia que puso el rostro a los indultos, a la calle, e Iceta, que avanzó sin complejos la posibilidad de un referéndum, arrinconado en Cultura y Deporte.

Capítulo aparte es el de Iván Redondo. El guipuzcoano no tardó ayer en espolvorear la versión de que su cese ha sido a petición propia, que hay que saber parar. No es verdad. Sánchez quiso quitarlo de un puesto en el que había atesorado un poder que no ha sabido controlar ni se ha empleado con la debida eficacia, y le ofreció un ministerio. Pero no se pudieron acordar las competencias, relativas a los fondos europeos, y es cuando el presidente le mostró la puerta de salida. Redondo no ha servido a su señor como lo haría un director de gabinete, sino que se ha erigido en la figura del valido, el que compone todos los escenarios políticos, puede intervenir en cualesquiera decisiones y filtra la información que le interesa. Esa imagen de todo un secretario general del PSOE subcontratando su ejecutoria a un piernas como este, vanidoso y apenas inspirado intelectualmente por las series americanas que tanto disfruta, ha acabado por devenir en cruel ruptura. Tan diferente como el día y la noche, llega a ese despacho Óscar López, patanegra socialista criado en las ubres de Pepiño, un tipo más normal y en la ortodoxia que aprecia la militancia. El nuevo Gobierno celebrará el último Consejo de Ministros del curso político el 3 de agosto, y volverá a reunirse el 24. Se iniciará una nueva etapa, a la carrera, con 30 meses por delante para intentar edificar algo nuevo, recuperar la agenda y lucir los dineros que mandará Bruselas.