llá por Valladolid han decidido que no tengamos un momento de aburrimiento político en los próximos dos años y medio, con la convocatoria de sus elecciones regionales para el 13 de febrero próximo. Luego habrá unas andaluzas, un poco antes o un poco después del verano. Justo dentro de un año comenzarán a publicarse las opciones electorales para las municipales y autonómicas, forales en el caso de Navarra, con listas y formatos políticos que se medirán con los electores en mayo de 2023. Y, si todo marcha como es esperable, habrá generales a finales de ese mismo año o muy al principio del 2024. Año en el que de nuevo en mayo, también habrá europeas. Este es el ciclo electoral que cae seguro en el examen, pero también es probable que de nuevo se adelanten las catalanas. Así que tenemos espectáculo garantizado, el paraíso de los tertulianos y los encuestadores (o más bien, quienes dicen que hacen encuestas).
La convocatoria electoral en Castilla y León se ha basado en la mendacidad, y muy probablemente la decisión se tomó en Madrid, calle Génova 13. Dice Mañueco a quien le quiere escuchar que ha sido para proteger a la región de una moción de censura que estaban pergeñando Ciudadanos y el PSOE. Al contrario, la ley no permite la presentación de esa moción hasta al menos el mes de marzo, y no había ningún dato que presagiara el cambio de caballo de los naranjas. Al PP le viene bien empezar el año verificando su ascenso electoral en la región castellana, por dos motivos. Uno, el interno, para poner sordina a la fulgurante Ayuso. El otro, el externo, para presentarse como esperanza ganadora frente a Sánchez y sus falacias. Pero no va a ser tan fácil. Cuando se votó en Madrid hace unos meses, una parte del electorado vio en la actual presidenta un perfil fresco y transparente, espontáneo y sin doblez, mientras que su vicepresidente de Ciudadanos, un tal Aguado, tenía la peor imagen, un tipo conspirador y presuntuoso. Si ahora traspolamos los caracteres a la corte vallisoletana, más bien deberemos asignar el papel del manipulador a Mañueco, y, en cambio, su contraparte Igea, es, como dice en su perfil de Twitter, un "Médico. Ciclista fondón y creyente lleno de dudas". Quienes le conocen saben que es buena persona, y que no se ha dejado malear por la política. El naranja es un partido zombi, al que apenas queda tiempo y espacio, sólo el que mediará hasta que se certifique su defunción. Pero ese paseo militar que los estrategas de Génova creen que van a disfrutar en las nueve provincias puede no ser tan fácil.
La legislatura de Sánchez ya ha pasado su ecuador y cada día que pasa habrá más cábalas sobre cuándo decidirá concluirla convocando elecciones. Si la decisión la tomara un aséptico sistema de inteligencia artificial, lo lógico sería apretar el botón para mayo de este año. Muchos motivos desaconsejan fiarlo todo a un futuro incierto. Lo de Yolanda Díaz, cada día más autopagada de sí misma y más fatua, amenaza con romper las costuras de su gobierno como el Alien salió del estómago de Kane mientras se comía unos espaguetis. El presidente sufre de desafección, ha agotado no sólo su discurso, sino la posibilidad de regenerarlo. En cambio, la gallega parece un manantial de buenrollismo. Junto al asunto de los egos, el horizonte económico presenta un panorama brumoso, con el Banco Central Europeo que ha decidido ya que dejará de comprar toda la deuda que le queramos vender, y con un fenómeno, el de la inflación, que está literalmente traspasando las economías familiares sin que nadie haga nada. Unas elecciones generales en unos pocos meses permitirían poner sordina a lo de Díaz y mitigar la percepción del nefasto impacto que sobre el dinero público y privado tiene el escenario actual. Se podría apelar a la necesidad de reconfigurar una mayoría eficaz para la gestión pospandémica, y tirar los dados. Pero es improbable que ocurra. En Sánchez manda su ego y la imagen que se ha querido labrar es la del resistente, el que desafía su propia suerte. Cree que aguantar hasta el último minuto de la legislatura será la demostración de su fortaleza y un chuleo a los agoreros. Probablemente ya tenga decidido aguantar la incierta singladura de los dos próximos años, atado a su propio mástil. En el camino quedarán damnificados todos sus delegados territoriales, que van a pagar en sus respectivos comicios el escenario de incertidumbres en el que nos adentramos.
El paseo militar que los estrategas de Génova creen que se van a dar en las nueve provincias castellanas puede no ser tan fácil
Sánchez no solo ha agotado su discurso, sino su capacidad para regenerarlo; y Yolanda Díaz parece un manantial de buenrollismo