on 68 años ha vuelto a nacer. Han pasado cuatro meses, un total de 125 días, desde que la vida del tafallés José Miguel Vilas Iriso llegó a un punto de no retorno. Comenzó el pasado 22 de marzo con una simple fiebre que no lo hizo preocuparse demasiado, y es que él se sentía "bien, cansado pero bien". Sin embargo, el cóctel formado por unas cuantas décimas de fiebre y los comienzos de una pequeña neumonía unidos a una serie de síntomas compatibles con la covid-19 hicieron saltar las alarmas en el centro de salud de Tafalla desde donde lo derivaron a la capital navarra. Una vez allá, José Miguel fue sometido a una prueba PCR que, aunque en un primer momento diera negativo, una segunda prueba confirmó que, efectivamente, tenía coronavirus por lo que tuvo que ingresar en el Hospital de Navarra "donde lo empezaron a tratar con el medicamento que usaban en aquél momento. Respondió bien a la medicación he incluso valoraron mandarlo a casa para que siguiera con la cuarentena", recordó la hija mayor de José Miguel Noemí Vilas Villaplana, de 42 años.

Tan solo dos horas después de recibir la buena noticia de que posiblemente su padre fuera a ser dado de alta, Noemí recibió una segunda llamada del hospital que hizo que se le cayera el alma a los pies: "De repente entró en una insuficiencia respiratoria grave y menos mal que en ese momento había un respirador disponible. Tuvimos suerte", aseguró. Tras este traspiés inesperado, José Miguel estuvo tres semanas intubado hasta que comenzaron a bajarle la sedación, algo a lo que su cuerpo no reaccionó bien en un primer momento. No obstante, y contra todo pronóstico, 55 días después de haber entrado en la UCI con un horizonte cuanto menos complicado por delante, José Miguel salió adelante y fue trasladado a planta donde estuvo poco más de un mes hasta que fue derivado a San Juan de Dios para otros 42 días hasta que fue dado de alta ayer.

Su primera mañana de "libertad" después de cuatro meses cuanto menos turbulentos tampoco fue como para tirar cohetes ya que tuvo que ultimar alguna que otra visita médica pendiente. No obstante, el día dio un vuelco de 180 grados en el momento que pisó Tafalla donde fue recibido como un marajá: el alcalde, Jesús Arrizubieta, y la teniente de alcalde, Uxua Olcoz, lo esperaban junto a otros miembros de la corporación municipal que fueron a recibirle a título personal. En el recibimiento tampoco faltaron numerosos vecinos del barrio la Panueva y, por supuesto, su familia al completo lo esperaban como agua de mayo. "Mi padre es un hombre muy querido y se ha notado en el recibimiento. También nos ha llamado gente diciendo que no habían podido venir y que se pasarían por la tarde a saludar. Ahora tenemos la calle llena de gente para saludarlo, parecen fiestas", bromeó ayer por la tarde Noemí que aseguró que su padre "para nada se esperaba algo así. Lo he visto muy emocionado".

A pesar de admitir estar "un poco desorientado y realmente cansado", José Miguel se adaptó a estar en casa como si nunca la hubiera dejado. "En cuanto ha llegado nos ha dicho que quería comer con un vasico de vino, pero casualidad no nos quedaba", contó entre risas su hija. Una ensalada sencilla de lechuga, cebolla y tomate aliñada con las manos mágicas de su mujer, Charo, es lo único que pidió para comer el superviviente de la covid. "No ha comido nada en especial, pero todo le sabe a gloria. Hasta en la comida quiere sencillez y normalidad", añadió Noemí.

La emoción y la alegría fueron los sentimientos imperantes ayer, pero esta familia tafallesa no olvida que la lucha no ha terminado, y es que 125 días de ingreso no son ninguna broma y no pasan como si nada. En cuanto a capacidad respiratoria, José Miguel se encuentra "más o menos recuperado", aunque de vez en cuando admita sufrir algún que otro sofocón provocado por la EPOC ?(Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) que padecía desde antes de caer enfermo por coronavirus. Sin embargo, la peor parte se la ha llevado su movilidad. "La parte izquierda de su cuerpo, especialmente las extremidades, tienen muy afectada la movilidad. La mano izquierda no la puede pinzar bien, tiene una rigidez muy grande en los dedos y también en el pie. Ese es el mayor problema porque le dificulta ponerse en pie y andar". Algo que esperan que "mejore de forma considerable" con mucho esfuerzo y rehabilitación, un proceso que empezó al llegar a San Juan de Dios y que se prevé que vaya a finalizar en seis semanas. "Mi padre era un hombre muy activo y muy autónomo. Le gusta mucho ir a pasear y estar con sus amigos, pero para volver a eso todavía le queda camino. Cada cuerpo es un mundo y hay que ir poco a poco. De momento estamos todos muy positivos y esperando que el trabajo se note", aseguró su primogénita con tono esperanzador.

Por su parte, Noemí tampoco lo ha tenido fácil los últimos cuatro meses en los que, junto a su hermano pequeño Miguel Ángel, de 38 años, ha visto como su madre pasaba la cuarentena sola sin saber si su marido volvería a entrar por la puerta. "Mi hermano y yo tomamos las riendas en el asunto, porque mi madre ya tenía bastante. Tratábamos de suavizarle las noticias y, si había alguna decaída, se la maquillábamos un poco para que no sufriera de más", contó.

De hecho, si hay algo de lo que está agradecida la familia de Tafalla es del trato que han recibido por parte de todo el personal sanitario en su peregrinación por los hospitales de la Comunidad Foral y por sus acertadas palabras a la hora de expresarles la evolución de José Miguel. "Hay que tener mucho tacto para explicar algo tan complicado y, sobre todo, para saber hacerlo de tal manera que nos tranquilizara. Se puede ser muy buen médico, pero muy mal comunicador, y la verdad que nosotros hemos tenido mucha gente con todos los profesionales que nos han atendido", aseguró Noemí, que dijo haber formado "una gran familia" dentro del hospital.